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An. 2. Congr. Bras. Hispanistas Oct. 2002

 

Cortesanas en el Madrid barroco

 

 

María Cristina Martínez Soto

Centro Universitário FIEO

 

 

La abundante literatura descriptiva de la corte madrileña en el siglo XVII refleja la enorme preocupación existente por conocer la compleja e insólita realidad de una ciudad que surge prácticamente de la nada al convertirse en sede de la monarquía hispánica.

Alarmados con las consecuencias devastadoras para el orden social y moral de una tal mezcla de individuos y condiciones los escritores, y muy particularmente los moralistas, devotan sus energías a desvendar ese enmarañado humano buscando no una comprensión sociológica sino principios aleccionadores que guíen a los visitantes desavisados. Este género literario recurre a la individualización de problemas creando tipos que componen una fauna humana de difícil clasificación con un denominador común: el de ser productos genuinamente cortesanos.

Y entre estas figuras, merece una atención especial, la de las damas cortesanas. Veamos.

Estas mujeres son siempre jóvenes, solteras, viudas o con maridos ausentes, a menudo forasteras y acomodadas (residen, con compañeras y criadas, en casas amplias situadas en barrios de embajadores o de la alta nobleza y decoradas con el máximo lujo. Pero sobre todo son guapas. Van vestidas obedeciendo todos los designios de la moda cortesana, permitidos o no: pinturas en las mejillas y labios, cintas de colores en el pelo, al uso francés, coronando un complicado peinado, lujosos y llamativos vestidos que resaltan los dones naturales: ''los hombros quedan fuera del jubón; de los pechos le ven los hombres la parte que basta para no tener quietud en el pecho; de las espaldas, la parte que sobra para que dé la virtud de espalda'' (ZABALETA, 1983, p. 117), chinelas o chapines con cintas de colores y virillas de plata y numerosas joyas. A pesar de arreglarse con tanto esmero, suelen cubrir cuerpo y rostro con capas, reservando el deleite de su elaborada imagen para apenas algunos privilegiados. De hecho, el recato coexiste con la ostentación de forma aparentemente inexplicable.

Y esta dualidad se aplica también a su comportamiento. Tienen una agitada vida social y están bien relacionadas, incluyéndose entre sus conocidos y protectores los propios funcionarios de justicia. Suelen encontrarse durante el día haciendo compras en la calle Mayor, principal vía del comercio de lujo. También despliegan sus encantos en los paseos, por la noche, principalmente en el Prado donde ''apenas se ha desaparecido el sol, cuando se aparecen... los coches, cargados de diferentes sexos y de diferentes estados'', y donde, a pesar de la prohibición de parar o abordarse, ''todas las noches hay... mucha nota y escándalo por los excesos que hacen algunos señores y caballeros mozos, apeándose de sus caballos y coches y tomando armas y broqueles se pasan a otros de mujeres y las van galanteando metidas las cabezas en ellos y aún algunos todo el cuerpo, corridas y abiertas las cortinas'' (ZABALETA, 1983, p. 331; AHN, Consejos, SACC, 1650, fol. 202). Y están siempre presentes en los incontables festejos, procesiones, toros, corrales de comedias, en meriendas en la casa de campo o a orillas del Manzanares y... en la iglesia.

Pero a pesar de las frecuentes salidas se preservan de una exposición constante guardando en sus apariciones el decoro propio de las damas virtuosas; cuando posible, se ocultan de miradas impropias paseando en coche. Las más modestas caminan, bajo sus capas. Todas se hacen acompañar de dueñas, mujeres de edad destinadas a guardar la honra de las doncellas en locales públicos (en realidad, verdaderas celestinas). Completando tan castas apariencias, son asiduas del único ámbito donde doncellas honestas pueden transitar con cierta libertad, los lugares sagrados. O sea, se revisten con signos externos de honestidad, observan las mismas precauciones de la mujer honrada en sus excepcionales salidas, imitan los formalismos que caracterizan a otro modelo de mujer.

Ambos componentes, belleza y virtud, forman parte del servicio y justifican el tipo de clientela porque a tan sofisticadas técnicas de reclamo debe responder el hombre a la altura, es decir, acompañando sus solicitudes de un desembolso monetario. De hecho, la clientela de las damas está en consonancia con su status: jóvenes hijos de familia, comerciantes, funcionarios, forasteros que acuden a pleitear o personas que ''comen de su hacienda'', que disponen de suficiente tiempo libre y dinero para cultivar una apariencia igualmente sofisticada e innovadora. Por la noches, reúnen en sus residencias a los jóvenes cortesanos que buscan diversiones, juego, bailes, comida y bebidas, discusiones refinadas y una salida a su sexualidad. En cuanto a ellas, el móvil principal era el económico: realizan intercambios sexuales a cambio de dinero, regalos, pago del alquiler, manutención.

Pero la prostitución, está prohibida por ley. Existe un gran empeño por parte de autoridades para moralizar las costumbres en toda la monarquía que se declara católica, y en nombre de su confesión entabla guerras fuera de casa. Y este objetivo se aplica con mayor razón en la corte, también llamada ''sede de la cristiandad'', y como tal, obligada a dar ejemplos más edificantes. En Madrid, las autoridades intentan conseguir el beneplácito divino para contrarrestar la decadencia de la monarquia atribuída a los pecados de los súbditos atacando la relajación de costumbres, entendiendo que el ejemplo de los pecadores contagia fácilmente a los virtuosos. También desean evitar que las relaciones ilícitas se conviertan en un medio de ascensión social. Pero, sobre todo, tratan de defender la institución familiar.

Por estos motivos a lo largo del XVII, la Sala de Alcaldes de Casa y Corte, órgano supremo de gobierno y tribunal superior de justicia, instruyó 1.057 procesos por actos contra la moral (representado un 9,84% del total de delitos juzgados) y en 1681 la institución municipal instruyó 72 (18,99%). De entre los cuales 80 (7,56% de procesos contra la moral) y 41 (59,94%) respectivamente, por relaciones ilícitas (incluyendo prostitución o amancebamiento).

La cifra no es voluminosa, es un delito secreto, difícil de probar y tratado con discreción para evitar escándalos que deshonrarían a las familias de los acusados. Por ello, a pesar de ser grande el número de detenciones -en 1665, por ejemplo, cada uno de los alcaldes de los cuarteles de San Sebastián, San Luis y San Martín practicó una por semana- no necesariamente desemboca en la instrucción de un proceso. Pero, lo más interesante, es que, si las cortesanas son protagonistas indiscutibles en las páginas literarias, están prácticamente ausentes de la documentación procesal. En contrapartida, ésta hace referencia a una figura que no tiene lugar en la literatura: la prostitución callejera: mujeres a menudo casadas, no tan jóvenes, de mísera condición, que de noche, pintadas y con sus mantillas y bisutería (símbolos distintivos de su profesión) aguardan clientes en lugares céntricos y concurridos, en puertas de posadas y tabernas, semiocultas bajo los soportales de la Plaza Mayor o en los portales de las casas, que también son el escenario donde se consuman sus transacciones. Sin casa, coche, dueñas y otras garantías de discreción para sus encuentros callejeros, están más expuestas y, por tanto, son presa fácil para las rondas nocturnas.

Pero esta no es la única explicación para la tremenda asimetría que separa la prostitución de la calle y la de lujo, prácticamente exenta de las garras de la justicia. Ejercer el trato al abrigo de miradas curiosas, resguardarse en barrios que gozan de privilegios jurisdiccionales, cambiar constantemente de domicilio o poseer una selecta red de relaciones sociales, son factores que contribuyen para minimizar el impacto de la justicia sobre las actividades clandestinas de las cortesanas. Pero es obvio que la justicia usa dos pesos y dos medidas. Así como tendía a ser condescendiente con la prostitución desarrollada en la mancebía, bajo control y apartada, toleraba las actividades de las damas cortesanas que guardaban los requisitos, es decir, que se registraran, declarando nombre, edad, procedencia y que solicitaran licencia de los alcaldes, otorgada con la condición de residir, como en el caso de las mancebías, en zonas alejadas porque

''de estas mujeres de mala vida, que llaman damas cortesanas, alojadas en las calles principales ... y con libertad de vivir donde quieren, se han seguido y siguen muy grandes inconvenientes, porque de más del mal ejemplo que dan a la gente honrada que las tiene por vecinas, y de ser ocasión que a ejemplo suyo sean malas otras mujeres que no lo fueran si no las tuvieran tan cerca, los ruidos y pendencias que hay por su causa son muchos y la justicia no las puede tener a mano para visitarlas, (y tampoco los cirujanos) ... y sus rufianes.. andan solapados entre ellas, sin temor''.

Teniendo en mente estos problemas, y como objetivo principal aplacar las protestas ''se redimirá la gente hornada que las tiene por vecinas de la vejación que padece, de que hay de ordinario muchas quejas de personas que piden las echen de su vecindad'' (AHN, Consejos, SACC, 1617, fol 135, 470).

El control, sin embargo, se atenuaba cuando se trataba de las tusonas ''que no pueden tener barrios señalados... por entrar en sus casas personas de más consideración, y porque las visitas que tienen no son con tanta publicidad y escándalo'' (AHN, Consejos, SACC, 1639, fol. 73).

También se les prohibió el uso de sedas y galas y andar en coche, mientras que se les autorizó el de guardainfantes y jubones escotados, prohibidos a mujeres honradas, con el claro propósito de expresar visualmente una distinción social basada en valores morales, de crear dos planos antagónicos, excluyendo del mundo de los decentes a los que no lo eran y de poner de relieve el carácter comercial de este trato.

Pero, su comportamiento público era difícilmente distinguible del de las damas virtuosas de la alta sociedad. Son las apariencias el salvoconducto para su impunidad.

Y es precisamente por este motivo que los escritores, y muy especialmente los moralistas, se empeñan en divulgar lo que se oculta tras tan casta imagen.

La misma asimetría practicada por la justicia entre los diversos tipos de prostitución se observa en los escritos literarios de la época: ninguna mención a las prostitutas de la calle junto a una desmesurada atención a las prácticas de las cortesanas.

Los moralistas, portavoces de la ideología oficial, construyen una base teórica sobre la que justificar las medidas reformistas, obedeciendo a dos objetivos principales: moralizar las costumbres y más concretamente, salvaguardar la institución familiar dentro de un modelo social estamental y de una relación de géneros jerárquica, y esto les lleva a condenar las relaciones ilícitas que ponen ambos en peligro. Con sus escritos pretenden instruir a los incautos para no perderse en el laberíntico y depravado submundo madrileño y, principalmente, denunciar los artificios de las cortesanas: ''para conocer la codicia, cuyo rostro feo encubre, como ellas dicen, la capa de la galantería, es forzoso significar la variedad de sus genios y la diversidad de sus peligros'' (REMIRO DE NAVARRA, 1951). Las tentaciones son múltiples, y no siempre evidentes. Los jóvenes recién llegados se entregan con avidez a los placeres de la noche sin medir las consecuencias, y con esta disposición, son fácilmente seducidos por las maneras sinuosas, indirectas, elegantes, sofisticadas de las cortesanas. Su apariencia recatada y la aureola de misterio que rodea sus apariciones hace necesario el cortejo -intercambio de billetes y presentes, serenatas. El cortejo servia para definir las bases de la relación, los derechos y exigencias de las partes. La cortesana no atrae directamente a los hombres, sino que se deja conquistar paulatinamente mientras aumenta el deseo del pretendiente para conseguir su aparentemente inasequible objetivo. Cuando más esquiva, mayor es la posibilidad de cobrar altos honorarios. Al dificultar el acceso masculino, llegar a establecer un trato más intimo tiene, para los hombres, el sabor de una conquista. En estas circunstancias, el galanteo adquiere para los jóvenes romeos el carácter de una inversión que deberá ser amortizada con una relación prolongada y exclusiva. Reproduciendo los deberes de un marido, principalmente el sustento, pretenden gozar de sus derechos. Este es el peligro supremo que los escritores detectan en las actividades de las cortesanas: a diferencia de lo que acontece con una relación callejera, esporádica, impersonal, rápida, directa, el elemento comercial que subyace a este tipo de trato, al efectuarse indirectamente, queda oculto. Los jóvenes corren el riesgo de olvidar la verdadera naturaleza de estas transacciones carnales, entregándose a una relación apasionada y desmedida. Atrapados, destruirán sus hogares, abandonarán mujeres e hijos, perderán su hacienda y fama. Atravesando las barreras de una mera diversión, las cortesanas amenazan subvertir el orden social minando los pilares básicos en que éste se asienta: linaje, virtud, fama.

Sobran evidencias de que, de hecho, había motivos de alarma: maridos que descuidan el sustento familiar, que maltratan esposas e incluso las abandonan para convivir con sus amantes; apasionados que exigen de sus damas promesas de fidelidad; desengañados que agriden a las cortesanas exigiendo la devolución de presentes cuando dispensados; celosos que retan a sus rivales para decidir quien permanecerá con la joven amada, jóvenes que dilapidan alegremente sus fortunas como Joseph Jiménez que en el transcurso de medio año regaló a Doña Manuela la Chica ropa y joyas por valor de 3000 reales (AHN, Consejos, Leg. 5665, año 1694). En resumen, ''las damas quieren gala en el amante,... finezas, afectos, suspiros, llantos, ternezas, halagos, paseos, obligaciones, atenciones, valentía en el donaire y donaire en no ver blanca''. Es decir, se trata de un tipo de prostitución más sutil, refinada y ceremoniosa en la que los intereses, que en última instancia la fundamentan, quedan disimulados bajo unas galanterías en las que reside buena parte de la afición que suscita este trato.

Pero no acaban aquí todas las zozobras de los celadores del orden moral: las cortesanas también representan una amenaza para las mujeres decentes: su desenvoltura, su vida alegre y sobre todo, su independencia económica y libertad de movimientos subvierten visceralmente las relaciones de género. La pasividad, la discreción femenina están totalmente ausentes del comportamiento de estas damas cortesanas: sin vínculos familiares, no esperan pasivamente que la caridad les sustente, para guardar discretamente su honra entre cuatro paredes: ellas toman las riendas de su vida: deciden cómo y con quién vivirlas. También tienen la iniciativa de la relación: son ellas las conquistadoras, y no al contrario. En suma, las cortesanas llevan al descrédito la imagen de la mujer dócil, de la esposa devotada y sufridora, de la joven doncella enclaustrada, privada de las diversiones cortesanas, oponiendo la imagen de una joven guapa y divertida, que decida el rumbo de sus relaciones con el sexo opuesto.

Por último, las cortesanas son un perfecto paradigma de la nueva realidad madrileña: ellas proclaman abiertamente sus tratos ilícitos: no están apartadas en determinadas calles o barrios ni recluidas en casas de trato, dispersas por la ciudad, invaden todos los ámbitos, donde se mezclan ostensivamente con mujeres de calidad y castas doncellas: ''Entra en el templo nuestra dama, convirtiendo a sí los ojos de todos... toma lugar y tómale enfadándose con las que no se le dejan muy desahogado, porque presume que el mejor vestido merece el mejor lugar'' (ZABALETA, 1983, p.121). Ambiciosas, no se limitan a ganarse la vida en locales estigmatizados: pregonan a los cuatro vientos su belleza, su riqueza, su poder, y sobre la base de estos nuevos valores, que nada tienen que ver con la virtud, único don posible para la mujer decente, reclaman su espacio en la sociedad.

Representan el deseo de ascender socialmente vía riqueza, la aspiración de labrarse una posición a partir de una bella apariencia y de un variado menú de diversiones, manejando con destreza las leyes de la oferta y la demanda. Son consecuencia de la existencia de un contexto favorable para el consumo (dinero, deseo de ostentar y atracción por la novedad) acompañado de una invasión de productos (a menudo de importación). Son también fruto del peso de las apariencias ''no vivimos con la necesidad, sino con la opinión''( SALAS BARBADILLO, 1951, p. 149). Al famoso axioma ''Las mujeres no basta que sean honradas que es menester que lo parezcan'' oponen su contrario: ''no es necesario ser honrada, basta parecerlo''. Este razonamiento abre la posibilidad de alcanzar con dinero las preeminencias reservadas a la honra. Son el resultado de una sociedad que reúne numerosos jóvenes solteros, personas de las más diversas condiciones, mujeres sin amparo masculino y, por tanto, sin alternativas para mantener la reputación, sin dinero y sin posibilidades de conseguirlo por medios lícitos, del anonimato, de la confusión de estados, que puede convertir en damas a mujeres de baja condición.

A una rígida sociedad estamental basada en la familia cuya titulación y prestigio cabe a todos los miembros defender, las cortesanas oponen la lucha del individuo desarraigado, por abrirse camino en base a méritos que no necesariamente se ajustan a los criterios de sangre y virtud.

Por estas circunstancias el tema se presta, mejor que ningún otro, a hacer una serie de críticas a aquella sociedad: criticando la estima por el dinero, los moralistas rechazan valores de la economía capitalista (interés, lucro, competencia) fenómeno del que las cortesanas forman parte. Además el asunto resulta muy apropiado para analizar las relaciones conyugales y hacer hincapié en el comportamiento femenino. Por último, y a partir del análisis de las modificaciones en el comportamiento de ambos sexos, se pasa a combatir los cambios sociales, de nuevo tomando las cortesanas como hilo conductor porque éstas, aprovechando la oportunidad que el culto a las apariencias les brinda, invirtiendo los términos, ponen de relieve las fisuras y contradicciones de esa sociedad que permite a una prostituta igualarse en reconocimiento a una dama virtuosa. Y ante cambios reales en la sociedad los moralista oponen la vuelta al modelo tradicional: cuanto mayores son las divergencias entre la sociedad y sus modelos más intransigentes serán sus propuestas.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Fuentes manuscritas

Archivo Histórico Nacional – Madrid (AHN), Consejos, Sala de Alcaldes de Casa y Corte (SACC)

Fuentes Impresas

REMIRO DE NAVARRA, B. Los peligros de Madrid, Madrid, Aguilar, 1951.

SALAS BARBADILLO, A.J. El curioso y sabio Alejandro fiscal de vidas ajenas, Madrid, Aguilar, 1951.

ZABALETA, J. El día de fiesta por la mañana y por la tarde, Madrid, Castalia, 1983.

Bibliografía

CHAUCHADIS, C. Honneur, Morale et societé dans l'Espagne de Philippe II, Toulouse, Ed. CNRS, 1984.

FLANDRIN, J.C. La moral sexual en occidente. Evolución de las actitudes y comportamientos, Barcelona, Juan Granica, 1984.

MARAVALL, J.A. La cultura del barroco, Barcelona, Ariel,1983.