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An. 2. Congr. Bras. Hispanistas Oct. 2002

 

LÍNGUA ESPANHOLA

 

Lengua e identidad nacional

 

 

Jesús Menéndez

Universidad de Caen - Francia

 

 

«España se va deshaciendo, deshaciendo...
Hoy ya es, más bien que un pueblo, la polvareda que queda
cuando por la gran ruta histórica ha pasado galopando un gran pueblo...»
(Ortega y Gasset, España invertebrada, 1921)

«España es una deformación grotesca de la civilización europea.» (Max Estrella en Luces de Bohemia, 1920)

 

La Constitución de 1978 ha dado lugar a un estado prácticamente federal caracterizado por la pluralidad lingüística después de que las leyes de normalización de los Estatutos de autonomía reconociesen a las llamadas lenguas propias como cooficiales junto al español en sus respectivos territorios. Cooficialidad que ha hecho resurgir problemas nacidos con el advenimiento de la II República. En 1931, Unamuno, en un discurso pronunciado en el Congreso sobre las lenguas hispánicas, alude a los posibles peligros de una cooficialidad lingüística:

"Señores diputados, el texto del proyecto de Constitución hecho por la Comisión dice: «El castellano es el idioma oficial de la República, sin perjuicio de los derechos que las leyes del Estado reconocen a las diferentes provincias o regiones.». Yo debo confesar que no me di cuenta de qué perjuicio podía haber en que fuera el castellano el idioma oficial de la República (acaso esto es traducción del alemán), e hice una primitiva enmienda, que no era exactamente la que después, al acomodarme al juicio de otros, he firmado. En mi primitiva enmienda decía: «El castellano es el idioma oficial de la República. Todo ciudadano español tendrá el derecho y el deber de conocerlo, sin que se le pueda imponer ni prohibir el uso de ningún otro.» Pero por una porción de razones vinimos a convenir en la redacción que últimamente se dió a la enmienda, y que es ésta: «El español es el idioma oficial de la República. Todo ciudadano español tiene el deber de saberlo y el derecho de hablarlo. En cada región se podrá declarar cooficial la Lengua de la mayoría de sus habitantes. A nadie se podrá imponer, sin embargo, el uso de ninguna Lengua regional.» Entre estas dos cosas puede haber en la práctica alguna contradicción. Yo confieso que no veo muy claro lo de la cooficialidad, pero hay que transigir. Cooficialidad es tan complejo como cosoberanía; hay «cos» de éstos que son muy peligrosos."1

Esta nueva pluralidad lingüística ha dado lugar, en opinión de algunos,2 a una profunda crisis de identidad nacional española, ya que España se identifica cada vez más con la noción de Estado y cada vez menos con la de Nación. La similitud entre el contexto político y lingüístico de la España de 1931 y el de la España actual es, cuando menos, sorprendente, si no inquietante.

España sigue siendo víctima del fantasma de un fascismo que se había apropiado todos los símbolos de cohesión nacional, mientras hoy asiste, desarmada, a su propia desintegración. En un momento en el que la llamada lengua nacional conoce horas de gloria fuera de las fronteras peninsulares3, en la piel de toro sufre constantes ataques ante la expansión, más política que lingüística,4 de sus lenguas hermanas.

La crisis de identidad lingüístico-nacional del español (lengua y ciudadano a la vez) empieza a comprenderse cuando se analiza mínimamente la historia reciente del país.El año 1931 está marcado por grandes cambios históricos. Se acaba con el largo régimen de la Restauración y, con ella, la dictadura de Primo de Rivera. El advenimiento de la II República en España provoca, por otra parte, la recomposición de todo el panorama político ya que se asiste a la alianza entre las fuerzas izquierdistas de la periferia y las izquierdas del propio gobierno. También en 1931, empiezan a cobrar cada vez más fuerza las voces de los nacionalismos históricos con la elaboración, por parte de vascos y catalanes, de sus respectivos proyectos de autonomía.

Con la abdicación del rey Alfonso XIII y el final de la dictablanda del general Berenguer, se abre un nuevo período histórico. Bajo la dictadura de Primo, los nacionalismos se habían visto relegados a la esfera privada (su verdadero núcleo entre 1923 y 1930) y a las actividades culturales, lo cual provocó cierto retroceso del tono político de los mismos. Ya en 1930, se firma el llamado Pacto de San Sebastián, mediante el cual se asegura la victoria de la República en las elecciones del año siguiente. Su proclamación representa por tanto una promesa de libertad, de diversidad y del "alzamiento definitivo de las Españas todas."5

Durante el Bienio Reformista de Manuel Azaña (1931-1933), crece en el ánimo de los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos la esperanza de obtener el estatuto que tanto deseaban. Así, en 1931, vascos y catalanes redactan proyectos que ya prefiguran la futura obtención de los estatutos de Estella y Núria, respectivamente. Sin embargo, ambos eran demasiado ambiciosos y radicales para ser aprobados por la República. Serán, por lo tanto, modificados dentro del marco constitucional antes de ser aplicados y reconocidos. Todo está por hacer, pero se perfila un futuro muy esperanzador, ya que la República es garante de la democracia y de la evolución hacia la libertad y hacia unos derechos comunes. Por todo ello, al menos en principio, no podrá sino apoyar a las regiones, al representar un alegato contra determinadas representaciones de España. Por una parte, contra la que consiste en asociar España a la monarquía. Por otra, contra el nacionalismo español autoritario y agresivo. Azaña sostiene que la monarquía es responsable de todos los males del país, en la medida en que no era sino la prolongación misma del Antiguo Régimen, que representaba la negación de la libertad y de los derechos humanos. Bajo su yugo, los españoles seguían siendo súbditos y no pueblo soberano, como pudieron serlo, por fin, con la República.

Aquella voluntad uniformadora no fue más que un sojuzgamiento, un medio de dominación, que en absoluto se identificó con forma alguna de democracia. La condena de las dinastías absolutas se convierte al mismo tiempo en la condena de una España inmovilista y que niega la diversidad existente. Tal concepción no puede sino llevar a un españolismo agresivo y desintegrador, como lo fue el representado por Primo de Rivera, quien deseaba tanto formar una España única y fuerte (también lo querrá más tarde Franco), y sólo consiguió con ello desarrollar aún más la expresión de los nacionalismos periféricos.

No se trata, en definitiva, de una negación de España, sino de la negación de la antigua España y lo que se combate es la preeminencia de Castilla sobre las demás naciones que coexisten en la península. No se desea volver a una "monarquía de agregación", sino más bien a una "nación de naciones", en términos del historiador Antonio Elorza.

Las fuerzas nacionalistas luchan en ese momento por la idea de un Estado federal o confederado. Algunos incluyen a Portugal como parte integrante de "las Españas", abogando así por una suerte de pan-iberismo, por una nación de naciones en igualdad. En una palabra, se cree en una nación que se identificaría con la República y con la democracia. El federalismo es en aquel momento una idea que cuenta con numerosos seguidores en Cataluña, ya desde la I República de 1873. La recuperación de un gobierno propio representado por la Generalitat seguía siendo una meta. Sobre todo, cuando la experiencia positiva de la Mancomunitat de 1914 había confirmado la necesaria descentralización.

Como queda dicho, la situación política de la España actual presenta no pocas similitudes con aquélla, incluida la reciente propuesta soberanista del Lehendakari Juan José Ibarretxe.6 El denominador común a ambas es la tremenda fragilidad del Estado-nación y la imposibilidad de hacer compatibles las aspiraciones nacionalistas de las comunidades autónomas y una identidad española, cada vez más intangible:

"La fragilidad del estado-nación [sigue siendo la más grave de las asignaturas pendiente], a pesar de que con la modernización económica han ido superándose los factores de estrangulamiento que hicieron surgir el llamado "problema de España" no en un plano metafísico, sino en el bien concreto de su articulación y supervivencia. El Estado de las autonomías desmintió los pronósticos pesimistas acerca de su funcionamiento, pero se ha mostrado incapaz de engarzar en el orden simbólico el referente español con los nacionalismos periféricos."7

Elorza considera que, en términos de organización política, no existe mucho margen para la invención y teme que soluciones del tipo federalismo asimétrico, confederación o cosoberanía, supongan sólo el primer paso para una desintegración definitiva del Estado. Tampoco se muestra optimista acerca de la configuración plurinacional de España o del "patriotismo constitucional" que defiende un Partido Popular "escorado hacia un nacionalismo español de inspiración tradicionalista, bueno para resistencias numantinas, pero no para articular una realidad plural."8

La idea de patriotismo constitucional nace, no por casualidad, en la Alemania posnazi, traumatizada por su pasado y necesitada de superarlo sobre nuevas bases civilizatorias, mediante una crítica radical de un pasado que impedía integrar a los alemanes en una identidad común. Fue el 8 de mayo de 1985, cuarenta años después del fin de la II Guerra Mundial, cuando un presidente de la república se atrevió a entender la derrota del régimen nazi como liberación de una dictadura, abriéndose paso así la idea de patria como libertad en el Estado alemán. Varios políticos e intelectuales españoles han recordado en la prensa del presente año que ese necesario y catártico acto de contricción no se ha producido aún en España:

"el señor Aznar y su partido se han resistido, con contumacia, a condenar en el Congreso de los Diputados a la dictadura que durante cuarenta años persiguió cualquier idea de libertad y fue la negación del patriotismo que ahora se reivindica. ¿Cómo se puede defender y generar una cultura e identidad en los valores constitucionales sin realizar una crítica radical del pasado dictatorial? Ésta es la contradicción en la que vivimos desde hace 25 años […] Aquí sólo se quiere hablar de la transición, donde todas las culpas se lavaron como en un nuevo Jordán, como si los cuarenta años no hubieran existido y pervertido nuestra propia identidad, poniendo en riesgo hasta la propia unidad de España."9

Si la estructura misma del Estado español parece amenazada como consecuencia de un contexto político y lingüístico que recuerda demasiado los primeros meses de la II República, no lo están menos sus símbolos (bandera y lengua), convertidos en tabúes. En este estado de cosas, cualquier proyecto de futuro para el Estado-nación que representa España parece inviable, dado que continúa condenándose cualquier tipo de identificación con valores o símbolos de unidad nacional, sobre los que planea la sombra de un fascismo aún no digerido.

El pasado 2 de octubre la bandera rojigualda se convirtió en motivo de división entre las fuerzas políticas, por primera vez desde que el Partido Comunista de España la asumiera al inicio de la Transición y renunciase a la tricolor republicana. La polémica surgió con el izado en la madrileña Plaza de Colón de una bandera de 294 metros cuadrados, la más grande de España, que ondea en un mástil de 50 metros de altura y a la que rinden honores, turnándose, unidades de los tres ejércitos, una vez al mes desde hace un año. Por decisión del actual presidente del gobierno, José María Aznar, se quiso así "honrar la bandera de todos los españoles en la capital del reino por medio de un mástil que pudiera enarbolarla a la máxima altura posible."10 Se trata de una idea anterior al conflicto provocado en el País Vasco por la propuesta soberanista del Lehendakari Juan José Ibarretxe11. Fue el propio Álvarez del Manzano, alcalde de Madrid, quien vinculó ambos hechos y sostuvo que estos homenajes "vienen bien en este momento" para subrayar "lo que significa la integridad de España representada en esta bandera, que no admite que nadie quiera acapararla como propia o que pueda entender que no es la suya."12

Las reacciones de las fuerzas políticas nacionalistas y de la oposición no se hicieron esperar. El diputado del PNV González de Txabarri declaró que este tipo de gestos "retrotraen a situaciones militaristas y símbolos y fórmulas del pasado, de tradición y de estilo cuartelario". El diputado de Esquerra Republicana de Catalunya, Puigcercós, calificó el acto de "provocación innecesaria". Por su parte, el ministro del Interior, justificó el izado de la bandera, por no tratarse, en su opinión, de "patriotismo rancio, sino de patriotismo con mayúsculas, porque es la bandera que integra y la que, según la Constitución, nos representa a todos nosotros."13

La lengua común es el otro símbolo nacional censurado y conoce por ello una suerte muy distinta a la de las lenguas propias de las Comunidades bilingües, de las cuales, la más reivindicativa quizás sea el catalán. Su momento más álgido coincide con el Romanticismo, que identificaba lengua y patria, y así consideraba como extraña toda literatura elaborada en castellano desde tierras catalanas. Miquel Siguán establece igualmente esa correspondencia entre lengua y nación cuando afirma:

"Los miembros de la Nación ocupan un territorio geográfico determinado y comparten unos símbolos que permiten ser reconocidos y reconocerse entre sí. Y entre estos símbolos está en primer lugar el hecho de hablar la misma lengua."14

Frente a esta postura, autores como Álvaro Galmés de Fuentes o Gregorio Salvador critican el actual rebrote de ideas decimonónicas de clara raigambre romántica en los territorios autonómicos, algunas de las cuales afectan directamente a la lengua:

"Así por ejemplo la idea humboldtiana de la lengua como manifestación del espíritu de un pueblo o la del igualitarismo lingüístico se transfiere a las lenguas, que son simples instrumentos, más o menos afinados y puestos a punto, caracteres que corresponden a los hombres que las usan."15

La Constitución Republicana de 1931, definía por primera vez al castellano como lengua oficial del Estado español: (Artículo 4: "el castellano es el idioma oficial de la República"). La elección del término no fue en absoluto gratuita. Años antes, Menéndez Pelayo, había sostenido que llamar español al castellano implicaba negar el carácter de españolas a las otras lenguas habladas en su territorio y, por extensión, poner en duda el carácter de españoles de sus hablantes. El texto constitucional de 1978 lo retoma (Artículo 3.1.: "el castellano es la lengua española oficial de España"), evitando así herir las susceptibilidades de los nacionalismos históricos.

El mapa lingüístico de la España actual es fruto de las políticas lingüísticas que se aplican en España desde entonces y para entenderlo debidamente, conviene recordar que todas ellas coinciden en afirmar que una lengua determinada es vínculo histórico y señal de identidad de la Comunidad que promulga la Ley.16 De ahí que utilicen el sintagma lengua propia, que oponen al aséptico lengua común con que se refieren al español.

Si aceptamos la idea de que la lengua es, en efecto, señal de identidad nacional, resulta comprensible que, entre los objetivos de las leyes de normalización, figuren prioritariamente el uso de la lengua propia en la denominación del Gobierno y de sus órganos, la rectificación de la toponimia de acuerdo con ella, así como su empleo en el Gobierno y en la Administración.

Los resultados conseguidos hasta hoy por las diferentes Comunidades Autónomas en materia de política lingüística son muy distintos, lo cual se explica fácilmente si tomamos en cuenta tres factores:

1.- La situación sociolingüística de la que se parte. Es decir, el número y proporción de habitantes que conocen y utilizan la lengua, la llegada de inmigrantes, el nivel de uso público de dicha lengua y su prestigio social, determinado por una trayectoria histórica y cultural.
2.- Factores estrictamente políticos. Los resultados de una política lingüística no pueden explicarse exclusivamente a partir de acciones de gobierno, ya que su éxito depende de la adhesión popular que encuentre o del rechazo que provoque.
3.- Factores estrictamente lingüísticos. No tendrán el mismo éxito los procesos de normalización de una lengua ya codificada de antiguo y plenamente aceptada (catalán), los de otra de reciente normativización (euskera), o los de aquella que resulte todavía polémica (gallego).

Como queda dicho, un dato de capital importancia es, por tanto, la estrecha relación entre política lingüística y nacionalismo, pues sobre este binomio reposan las reivindicaciones de las nacionalidades históricas:

"Desde una perspectiva puramente descriptiva llamamos nacionalista al individuo que se identifica como formando parte (sic) de una realidad colectiva llamada Nación definida por una historia común, entendida no sólo como una historia política, sino como un pasado cultural común, por una manera de ser y de comportarse, y por unos problemas y unas expectativas para el futuro también comunes."17

Una vez más, lo que define claramente la identidad de aquéllas, no puede aplicarse a la nación española, ya que si bien los españoles disponen de una Historia común, de un pasado cultural común (entendido a la vez en su dimensión histórica y cultural propiamente dicha), carecen, sin embargo, de expectativas también comunes para el futuro. Ya en 1921, Ortega escribía en su España invertebrada a este respecto:

"no es el ayer, el pretérito, el haber tradicional, lo decisivo para que una nación exista. Este error nace de buscar en la familia, en la comunidad nativa, previa, ancestral, en el pasado, en suma, el origen del Estado. Las naciones se forman y viven de tener un programa para mañana".

Las tomas de conciencia lingüística y étnica, y los movimientos que ponen en marcha, afectan necesariamente a la existencia de los Estados, e incluso a su estructura y explican en unos territorios el mantenimiento y la integración, y en otros la dislocación. Parecen entonces difícilmente conciliables las fuerzas centrípetas y centrífugas presentes en la España actual:

"para hacer posible la plena normalización lingüística sería necesario variarla estructura política del Estado español para permitir un máximo autogobierno a las nacionalidades que lo componen."18

No parece exagerado afirmar que a largo plazo la suerte de las lenguas distintas del español dependa de la manera en que se integren –o no se integren- las aspiraciones nacionalistas en las estructuras presentes o futuras de España como entidad política.

La España plurilingüe no es, sin embargo, un caso aislado en el contexto europeo. Países como Italia, poseen una estructura lingüística aún más compleja y fragmentada, debida a la excesiva dialectalización. No obstante, en ningún otro país como en España, variedades lingüísticas coexistentes con la lengua común han sobrevivido con el mismo vigor, hasta el punto de encontrarnos hoy con una clarísima politización del hecho lingüístico, utilizado más como arma arrojadiza que como instrumento de comunicación.

En opinión de Juan Ramón Lodares, en la Historia de España, la conservación de lenguas particulares sólo puede justificarse por el mantenimiento de enormes porcentajes de población analfabeta en todo el territorio nacional:

"De modo que no es de extrañar ninguno de los rasgos que caracterizan la instalación política del español en nuestra historia: que se hayan conservado muchos grupos humanos […] con sus lenguas […] en buen estado, que el analfetismo en la lengua común haya sido rampante y no haya habido una organización escolar digna de tal nombre que lo combatiera, que muchas autoridades se hayan desvivido por rescatar las hablas del terruño conservadas entre rústicos a quienes se suponía el enlace vivo con una tradición indefinible, o que el español, como lengua común, no haya sido oficial hasta 1931, y esto porque los catalanes, gallegos y vascos hicieron oficiales sus lenguas particulares."19

No es del todo falso afirmar, como lo hace Gregorio Salvador, que durante varios siglos, no hubo en absoluto deliberada intención política en la expansión de la lengua común. Y, cuando la hubo, a partir del siglo XVIII, careció de eficacia "porque toda política de imposición lingüística ha de fundarse en la enseñanza, y la política educativa ha sido entre nosotros un perpetuo desastre."20

Contrariamente al caso español, el estatuto indiscutible de lengua común del francés, nace directamente del principio de igualdad republicana, fruto de la Revolución de 1789. El abate Grégoire declaró, el 30 de septiembre de 1793 ante el Comité de Instrucción Pública:

"Así desaparecerán insensiblemente las jergas locales, los patois de seis millones de franceses que no hablan la lengua nacional, pues no me cansaré de repetir que en política es más importante de lo que se cree la extirpación de esta diversidad de idiomas toscos que prolongan la infancia de la razón y la vejez de los prejuicios."21

Lejos de considerar entonces a la lengua nacional como un dialecto aquejado de glotofagia, insaciable devorador de variedades románicas, como ha sido el caso del español, el francés fue entonces el mejor garante del acceso de todos los ciudadanos a la cultura, rompiendo así la estructura social del Antiguo Régimen. En España, por el contrario, esa misma estructura social sobrevive hasta épocas recientes. La minoría dirigente, única con acceso a la lengua común y a la educación, propició que las clases inferiores se instalaran en el analfabetismo y en la ignorancia del español, perpetuando así el inmovilismo. Hoy, sin embargo, no es el tradicionalismo, sino las corrientes más progresistas las que abogan por la recuperación y el mantenimiento de las lenguas autonómicas:

"Cuando hoy algunos políticos nos dicen que España, gracias al sistema autonómico vigente, resulta ser el país europeo más descentralizado que existe, y se jactan del dato como si fuese una circunstancia propia de la modernidad, pues, se están jactando más bien de una antigualla política […]. El catolicismo y la monarquía eran en el tradicionalismo lo único respetable, todo lo demás podía repartirse (las diversas lenguas patrias, por ejemplo). No sé si han cambiado mucho las cosas."22

Desembocamos entonces en un mapa lingüístico claramente fragmentado en el que el español se encuentra acomplejado, acosado y acusado por sus lenguas hermanas, y hasta desprovisto de su esencia:

"Expresada la lengua como castellano parecerá una identidad parcelada más, que se ha instalado entre sus vecinas indeseadamente. Expresada como español, esa lengua lleva en sí un aroma de comunidad de intereses comunes (sic) que algunos han tratado de evitar a toda costa: es un mal ejemplo. De modo que la petición que elevaron al Congreso en 1978 las Academias Española de la Lengua y de la Historia en pro de la denominación español, se desoyó. La petición tenía fundamento histórico y filológico, pero era políticamente incorrecta."23

Así, dejan de considerarse a las lenguas como los instrumentos de comunicación que son, y se viola impunemente el derecho de sus hablantes a usarlas, a elegirlas, cuando hay más de una, sintiéndose en ocasiones, presionados y forzados por motivos más políticos que propiamente lingüísticos:

"hay esas otras guerras, más o menos solapadas, de las lenguas pequeñas contra las grandes, a las que ya me he referido, la de las lenguas tornadas en símbolos, que es lo que en ningún caso deben ser. Y no deben serlo porque eso trastrueca comprometidamente su oficio, las muda de vehículos de entendimiento en motivo de distensión."24

Este ambiente de tensión y de enfrentamiento lingüístico no es en absoluto nuevo. Pidal, en 1931, anuncia de manera casi premonitoria, la actual desmembración:

"Mientras no se resuelva equitativamente el problema de la personalidad de las regiones no habrá paz espiritual en España. Pero es que tampoco habrá otra paz que la del sepulcro, la de la disgregación cadavérica, mientras que no se resuelva en justicia el mayor problema de la personalidad de España, esta magna realidad que debemos afirmar cada día."25

 

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1 UNAMUNO M., Discurso
2 Cf. la recopilación de artículos editada por la Real Academia de la Historia bajo el título España como nación, Planeta, 2000
3 Entiéndase, más propiamente, el territorio español, incluidas Canarias, Baleares, Ceuta y Melilla
4 MENÉNDEZ J., "La muy política …"
5 CALVET A., "España ha muerto", Diario La Vanguardia, abril de1931)
6 Cf. la prensa española del sábado 28 de septiembre de 2002. Diario El Mundo, p. 1: "'Ibarretxe anuncia que pretende separar al País Vasco de España. Propone convertir su comunidad autónoma en un Estado Libre Asociado, con nacionalidad, justicia y política exterior propias. Dice que dentro de un año abrirá una negociación con el Estado y convocará un referéndum tanto si hay acuerdo con Madrid como si no. Anuncia que su Gobierno comenzará a asumir de manera unilateral todas las competencias que reclama."
7 ELORZA A., "Otra España", Diario El País, sábado 15 de junio de 2002, p. 13
8 Ibidem
9 SARTORIUS N., "¿De qué patriotismo…?"
10 GONZÁLEZ M. y DÍEZ A., "Polémico homenaje…"
11 Cf. prensa española del 29 de septiembre de 2002: "El PNV plantea la independencia mediante un Estado vasco asociado a España", Diario ABC, p. 1
12 GONZÁLEZ M. y DÍEZ A., "Polémico homenaje…"
13 Ibidem
14 SIGUÁN M., España… , p. 297
15 SALVADOR G., Lengua española… , p. 135
16 SIGUÁN M., España… , p. 97
17 SIGUÁN M., España… , p. 297
18 Ibidem, p. 305
19 LODARES J. R., El paraíso… , p. 14
20 SALVADOR G., Política lingüística… , p. 84
21 BRETON R., Geografía… , p. 89
22 LODARES J. R., El paraíso… , p. 15
23 Ibidem, p. 47
24 SALVADOR G., Política lingüística… , p. 97
25 MENÉNDEZ PIDAL R., "Sobre España…"