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An. 2. Congr. Bras. Hispanistas Oct. 2002

 

Apropiaciones críticas: Williams y Hoggart en Punto de Vista

 

 

Ana Cecilia Olmos

USP

 

 

En los años 80, la revista argentina Punto de Vista incorporaba al campo intelectual argentino las teorías culturalistas inglesas, centrándose en dos de sus figuras fundantes: Raymond Williams y Richard Hoggart. A partir del materialismo cultural propuesto por estos autores, la revista buscaba cuestionar las definiciones idealistas y civilizadoras de ''cultura'' y restituir el sujeto, la experiencia y la historia al horizonte de una crítica literaria por esos años encerrada en la autorreferencialidad estructuralista. Esta incorporación del culturalismo inglés no dejaba de ser funcional a las posiciones críticas que los intelectuales de la revista habían asumido tanto con relación a una izquierda radicalizada y a los presupuestos anquilosados de un marxismo dogmático, como a una práctica crítica académica de la que estos intelectuales de izquierda habían sido expulsados. Propongo una lectura de esta apropiación teórica que Punto de Vista llevó a cabo en el contexto de la democratización argentina.

Una revista de cultura

Punto de Vista afirma, desde su primer número, ser una ''revista de cultura'' y con esta denominación asume la complejidad de un concepto cuya historia, plena de controversias, ''vuelve a suscitar siempre la cuestión de su ámbito -amplio o restringido- de pertinencia'' (ALTAMIRANO,1983,p.6). Sabemos que la modernidad colocó en un primer plano este debate acerca de los límites del concepto de ''cultura'' cuya definición pone en juego operaciones de diferenciación, evaluación y jerarquización de los productos y de las significaciones de la dimensión simbólica de lo social. En este sentido, la historia, la antropología y las ciencias sociales han abordado su definición, una y otra vez, instalando una discusión teórica e ideológica que, lejos de resolver el carácter conflictivo del término, aumentó su complejidad. Sin pretender deslindar estas controversias, podemos decir, en primera instancia, que el concepto de ''cultura'' que Punto de Vista delimita cuestiona cualquier definición idealista y civilizadora del término. Esto es elocuente en el corpus de la publicación a partir del lugar destacado que se le otorga a los representantes del culturalismo inglés. Adscriptos a una línea teórica marxista, estos críticos habían dado lugar, en la década del 50, a una reflexión materialista que desestimaba la cultura en tanto monumentos artísticos aislados y la abordaba en tanto ''formación material, completa en sus propios modelos de producción, efectos de poder, relaciones sociales, públicos identificables y formas de pensamiento históricamente condicionadas'' (EAGLETON,1997, p.313). Los conocidos textos seminales de Hoggart, Williams y Thompson habían sentado las bases de un nuevo territorio disciplinario que problematizaba la idea de ''cultura'' al pasar del estudio de la obra de arte como tal a otras dimensiones de lo social y cruzar el concepto con cuestiones ideológicas y políticas (HALL, 1984, p.71-72). Esta ampliación del término aportaba dos modificaciones fundamentales: por un lado, disolvía la polarización entre alta y baja cultura en que se había centrado tradicionalmente el debate cultural, y, por otro, diluía las distinciones tajantes entre lo económico y lo cultural que caracterizaban a las concepciones totalizantes y objetivistas del marxismo ortodoxo. Ni elevado a la categoría de ideal, ni reducido a la posición subalterna de ''superestructura'', este concepto de ''cultura'' se resistía a reconocer cualquier tipo de jerarquía y, como elemento constituyente de lo social, se definía por su interrelación con las lógicas de lo político, lo económico y lo tecnológico. Con esta ''interacción radical'' (HALL, 1984,p.75) la vertiente culturalista inglesa inauguraba una línea disidente en el materialismo marxista al negarse a ''atribuir a las relaciones de producción, a la 'última instancia' de la estructura económica, mayor eficacia que a la cultura en la eterminación de los procesos históricos'' (ALTAMIRANO, 1981, p.21). Es en este sentido que el pensamiento de Williams se va a constituir en una de las matrices teóricas más operativas del proyecto de Punto de Vista. En lo político, las ideas williamsianas trazaban una línea divergente dentro del marxismo que no dejaba de estar acorde con las posiciones críticas que los intelectuales de la revista habían asumido con respecto a una izquierda radicalizada y a los presupuestos dogmáticos que habían dominado los análisis de la cultura en las décadas anteriores. Por otro lado, ajeno a todo ''rigor catequístico'' en el ámbito teórico, el culturalismo inglés permitía configurar una reflexión crítica abierta y móvil que diluía las fronteras disciplinarias a favor de un análisis que hacía de toda significación cultural un objeto intrincado, denso, atravesado por las dimensiones políticas, económicas y tecnológicas de la sociedad.

Durante los años 80, Punto de Vista mantiene esta conceptualización de cultura que, desde un materialismo cultural crítico ''juzga inseparables a las estructuras política, estética, económica, institucional en tanto dimensiones de un proceso social-material continuo, donde la producción de significados es una actividad básica y constitutiva'' (SARLO,1989,p.20). Sin embargo, al abordar la categoría de lo popular como una dimensión otra del dominio simbólico de la sociedad, la revista se siente obligada a señalar diferencias en la delimitación del objeto de estudio. Dice Sarlo:

Cuando las investigaciones se refieren a la cultura alta, de los sectores letrados, de las elites, el objeto parece tener límites internos más o menos precisos: se trata de libros, periódicos, programas, instituciones, ideas y sistemas, bienes, discursos y prácticas estéticas, políticas, educativas, filosóficas; la familia, la vida cotidiana de estos sectores, sus estrategias de vida constituyen otros tantos capítulos diferentes en la historia, la antropología social o la sociología. Se reconoce en lo cultural dimensiones específicas cuando se estudia a los sectores medios o a las elites. La clasificación se amplía, se vuelve borrosa u omnívora cuando las investigaciones se diseñan en relación con la cultura de los sectores populares: allí el objeto se construye de manera diferente y los límites entre prácticas específicas parecen sometidos a un efecto de fundido. (SARLO, 1989, p.20)

Las palabras de Sarlo revelan una cierta incomodidad disciplinaria ligada a esa dificultad de reconocer límites entre prácticas específicas en el ámbito de lo popular. Dificultad inexistente cuando el objeto de estudio pertenece a la alta cultura. Los análisis de corte antropológico de las clases populares de Hoggart y la sociología de las elites y sus instituciones de Bourdieu, le sirven a Sarlo para identificar dimensiones específicas dentro de los estudios de cultura y derivar de esta diferenciación paradigmas que, de alguna manera, resuelven esa incomodidad. Ambos de base marxista, los estudios culturales de matriz histórica y los de matriz sociológica se distinguen por el hecho de negar o postular una diferencia entre el ámbito social general y la esfera específica de la cultura. Si el culturalismo inglés exige un movimiento totalizador en la reflexión que rechaza cualquier abstracción analítica que intente delimitar las prácticas sociales, por el contrario, en los estudios de matriz sociológica, el arte, los productos de la industria cultural o las instituciones de las elites disponen de un lugar diferenciado y, para estudiar su funcionamiento, señala Sarlo, Bourdieu hizo uno de los aportes teóricos más significativos al crear la categoría de ''campo intelectual''. Categoría que al definirse como un sistema de fuerzas regido por leyes propias, le otorga a la esfera restringida de lo cultural una relativa autonomía con relación al campo social global (BOURDIEU,1967,p.182).

Esta aproximación a la abstracción analítica de Bourdieu le permite a Sarlo (1989, p.24) definir el concepto de cultura como ''un conjunto de sistemas de comunicación, ordenamiento, conocimiento, experimentación, creación: precisamente, un conjunto de sistemas, y no un magma en el cual son ilegítimas las contraposiciones y las escisiones. Que la cultura pueda ser vivida como un continuum no supone necesariamente que deba ser descripta como tal'', afirma la autora. Y un paso más allá, esta definición la lleva a señalar la necesidad de un giro epistemológico que, superando el movimiento culturalista ''a lo Hoggart'', permitiese ''volver a pensar en términos que se hagan cargo de un ordenamiento de prácticas y discursos''.

La demanda de este ordenamiento de prácticas y discursos en el campo cultural encuentra su fundamento en un determinado criterio de ''valor'': ''Todo es cultura, lo sabemos, pero en algunos de sus productos el investigador encontrará una condensación significativa, simbólica y de valores más intensa que en otros'', sostiene Sarlo (1999, p.283). Esta condensación significativa funciona como criterio valorativo en las elecciones culturales de la autora quien, siguiendo la línea intelectual frankfurtiana, reprueba la cultura de masas y define un soporte moderno para su sistema axiológico al privilegiar toda estética de experimentación. En un debate sobre ''Literatura y valor'', Sarlo explicitó este criterio al sostener que ''hay zonas muy fuertes del arte contemporáneo que son zonas no representativas a la manera realista del siglo diecinueve, pero /../ que organizan la experiencia contemporánea de manera densa, formalmente interesante y significativa'' (1999,p.292). La experimentación estética es, entonces, el principio por el cual Sarlo ''ordena'' el campo cultural y, aunque ella reconoce este principio a partir del cual reorganiza el campo cultural, no deja de admitir el relativismo de todo criterio de valor al señalar que, al igual que el ámbito de lo social, todo sistema cultural, estético o específicamente literario se configura sobre un ''conflicto valorativo'' permanente (Sarlo,1999,p. 298).

Ahora bien, este relativismo que atraviesa el repertorio conceptual del culturalismo inglés, parece desdibujarse en ese desplazamiento disciplinario por el cual Sarlo toma distancia con la propuesta de Hoggart -que la colocaba frente a la cultura de las clases populares- y apela a una autonomía y sistematización del campo cultural en los términos de Bourdieu. Por supuesto, esto no deja de tener sus proyecciones en la sintaxis de la revista. De hecho, en los años 80, Punto de Vista no releva problemáticas del ámbito popular sino que se concentra en zonas de la cultura argentina que, como las vanguardias, Borges o la revista Sur, habían sido históricamente estigmatizadas por las lecturas reductivas de una izquierda radicalizada que había esquematizado el espacio cultural al operar según dicotomías anquilosadas (nacional vs. cosmopolita; popular vs. elitista).

El caso de la revista Sur (1931-1981) es, en este sentido, paradigmático. Punto de Vista se detiene en este título y lo presenta como ''objeto de enconados debates ideológico-culturales, que fundaron un mito por el cual la publicación y su grupo aparecen alternativamente demonizados, como portavoces directos de la oligarquía, o defendidos, como productores de la cultura moderna en la Argentina''1. Podríamos decir que ''desagregar'' (Sarlo,1983, p.3-5) estas lecturas cristalizadas y, de esta forma, devolverle al espacio de la cultura argentina una heterogeneidad ideológico-política que le debe ser inherente, es el propósito que moviliza la aproximación crítica de Punto de Vista a la revista de Victoria Ocampo. Esta operación crítica sobre la revista Sur encuentra en la categoría de ''campo intelectual'' de Bourdieu un instrumento de análisis idóneo en la medida en que permite recortar ''el área social diferenciada en que se insertan los productores y los productos de la cultura ilustrada'' (SARLO y ALTAMIRANO, 1993, p.83) y, desde su rigor estructural, neutralizar los extremismos ideológicos que impregnaron las lecturas anteriores.

A partir de este ejemplo, podemos afirmar que, durante los años 80, Punto de Vista se detuvo con cierta preferencia en productos de la alta cultura que activaban categorías teóricas y metodológicas que, como las de Bourdieu, reconocen la especificidad de las prácticas sin perder de vista el conjunto que ellas constituyen. Si bien este aspecto de la publicación pondría entre paréntesis la funcionalidad de una idea ampliada de ''cultura'' en el sentido hoggartiano dentro del corpus de la revista, esto no invalida ni le resta potencialidad a la incorporación y difusión de las líneas teóricas inglesas que Punto de Vista llevó a cabo en sus primeros años de aparición.

Avatares de la crítica

Presentar el pensamiento de Williams y Hoggart significaba, también, recuperar una dimensión histórica para la reflexión literaria que había sido abandonada a cambio de un discurso crítico que, enclaustrado en las aulas universitarias, postulaba la autonomía de su objeto y multiplicaba hasta la exasperación sus relaciones internas. (PANESI,2000,p.10). En efecto, el estructuralismo aspiraba a ''desnaturalizar'' ciertos presupuestos literarios tradicionales y, en este sentido, llevó a límites extremos su propósito al sostener que ''tanto el individuo como la sociedad no pasaban de constructos regidos por ciertas estruturas profundas que se encontraban necesariamente ausentes de nuestra conciencia'' (EAGLETON, 1997, p.301-302). De esta forma, la crítica estructuralista eliminaba, drástica y definitivamente, al sujeto, la experiencia y la historia de su horizonte de reflexión y se centraba en una hermenéutica cuya clave interpretativa era, con exclusividad, el propio lenguaje. Desde la perspectiva culturalista, esta hegemonía del estructuralismo en el campo de la crítica literaria no dejaba de tener sus desviaciones ideológicas. En la entrevista que Punto de Vista le realizara, Williams afirma que:

En ciertas situaciones privilegiadas de educación y de separación de la sociedad, poseer una teoría que afirma que el análisis intelectual de un sistema autosuficiente es todo lo que importa, y lo que es en verdad significativo es este sistema autosuficiente, debe sin duda parecer tranquilizador, porque lo que en realidad configura una situación distanciada y privilegiada se reviste de normalidad y parece estar más allá de todo riesgo. Y creo que ésta es una de las razones de su popularidad académica. (SARLO, 1979,p.7)

En este lugar distante y garantizado de la reflexión teórica se había instalado la crítica literaria de los ámbitos universitarios durante los años sesenta y permaneció durante la década siguiente reduciendo ''la aparente complejidad del texto a un juego de oposiciones maniquea''(PRIETO,1989,p.23). Así lo recuerda Adolfo Prieto al revisar el ingreso y la difusión de los principios estructuralistas en el campo de la crítica literaria argentina. En estrecha relación con el boom de la narrativa latinoamericana, el discurso crítico del país se había sumado a las nuevas tendencias teóricas que postulaban la autosuficiencia del discurso de y sobre la literatura. Prieto registra la adhesión a los fundamentos estructurales en los textos analíticos que en los años setenta publicaron Nicolás Rosa, Noé Jitrik, Jorge Lafforgue y Josefina Ludmer2. Cuidadoso en el gesto de recuperar textos cuyas premisas teóricas, para esa fecha, ya habían sido totalmente desechadas por sus autores, Prieto (p.23) no deja de hacer la salvedad de que ''aunque pocos reprocharon a los practicantes de la nueva crítica su distanciamiento de la historia, muchos de estos practicantes se cuidaron muy bien de ignorarla por completo'' y, a seguir, señala cierta ''impaciencia que algunos neófitos empezaban a sentir por una crítica que se autorecortaba en el universo textual''. De todos modos, aclara el autor, en las universidades argentinas no tuvo eco el discurso polémico con que los primeros europeos críticos del estructuralismo denunciaban el anti-historicismo de esta escuela.

Fue al margen del ámbito académico que algunos críticos literarios, ya expulsados de una universidad intervenida por el gobierno militar, se hicieron cargo de ese malestar que provocaba una crítica centrada en el inmanentismo textual y comenzaron a emancipar su discurso de la coerción del modelo lingüístico. En efecto, es en la producción de los mismos autores - Ludmer, Jitrik, Rosa - donde Prieto lee el pasaje a una posición postestructuralista, en tanto ''variante que empieza a desinteresarse de la persecución de las estructuras y que busca sustituir el rol del observador metódico, distante, impersonal, por el del crítico que produce una escritura sobre la escritura del texto analizado''3. Este pasaje del estructuralismo al postestructuralismo tiene en S/Z de Barthes un título fundante al redefinir la labor del crítico como un trabajo de escritura que explora sus propios procedimientos de significación. Prieto (p.25) recupera las ideas barthesianas para explicar esta nueva modalidad crítica que, asumiendo la imposibilidad de clausurar la palabra literaria, se incorporaba a un proceso de producción textual que ''desborda al que se ofrece como objeto original de análisis'', que ''no se apoya en las certidumbres de un cientificismo despojado ahora de sus seculares premisas de validación'' y que ''admite que por las grietas del viejo objetivismo se re-introduce el sujeto como instancia productiva con su bagaje ideológico y su carga histórica''. Aunque el autor reconoce los beneficios de esta desconfianza sobre el cientificismo en el campo de la crítica literaria, no se deja seducir por estas nuevas trayectorias teóricas en las que ''la historia naufraga en la multiplicidad de discursos que cruzan en la orgía de los significantes liberados''. Pensado con relación a la postmodernidad, para Prieto, el postestructuralismo se distanciaba escépticamente tanto de los parámetros científicos como del sentido progresivo de la historia, en síntesis, ''de los discursos legitimadores con que la modernidad fundaba su utopía de liberación''.

En este sentido, la aproximación de Punto de Vista a la vertiente culturalista inglesa puede leerse como una tentativa de revertir ese desalojo de la historia que habían provocado las premisas estructurales (en sus dos versiones) y, también, como una consecuencia de la insatisfacción que los intelectuales de la revista sentían ante los límites disciplinarios del pensamiento francés. De esta forma, la revista buscaba responder a una pregunta que, insistente, traía a discusión los alcances y límites de los estudios literarios, así como los de su objeto. Preguntarse acerca de cómo leer la literatura, en un momento en que ''los lenguajes de temporada de la ideología francesa'' imponían su presencia, significaba, en principio, cuestionar la autosuficiencia del texto y, fundamentalmente, pensar a la literatura como una práctica discursiva inserta en el marco más general de las prácticas significantes de la sociedad. Es posible visualizar en los artículos de la revista la tensión que se establecía entre modalidades críticas que, desde parámetros lingüísticos, enfatizaban los aspectos formales o estructurales del discurso literario y aquellas otras que, al pensar la literatura desde aspectos menos particulares y específicos, la ponían en relación con el sistema global de la cultura. Al respecto Sarlo especifica que ''la cuestión de la crítica nos remite primero a una poética y luego, con todas las articulaciones necesarias a una teoría de los productos artísticos y culturales''(1978, p.3). Es en este sentido que la revista interviene en el debate sobre la crítica literaria de esos años: denunciando la imposibilidad de pensar en una textualidad absolutamente autorreferida. En una reseña de 1982, del libro de David Viñas, Literatura argentina y realidad política, Sarlo destaca la pertinencia de una perspectiva crítica que inserta el discurso literario en la trama social y lo atraviesa con los discursos ''de la ideología y, eventualmente, con las formas más explícitas de lo político''. Al leer el texto literario dentro del texto social, Viñas construye un nuevo objeto, ''contaminado'', que, contra la asepsia estructuralista, exige un abordaje crítico que opera por la ''mezcla''. Para Sarlo,Viñas lee desde una perspectiva histórica, sociológica y política, pero en el sentido de Jameson (1992,p.15), ''no como método suplementario, no como auxiliar opcional de otros métodos interpretativos /.../ sino como horizonte absoluto de toda lectura y de toda interpretación''. Viñas ''habla de lo que importa'', afirma taxativamente la autora y, recuperando el Barthes de las Mitologías, define en la crítica de Viñas el deber ser de esta práctica: develar la supuesta naturalidad de las significaciones tradicionales, desenmascarar su sentido histórico, su carácter de código social.

Un año después, en 1983, Altamirano y Sarlo publicaban su libro Literatura/Sociedad (1993, p.11) en el que desplegaban una variedad de perspectivas teóricas y metodológicas plausibles de abordar esos términos en su ''relación'', no ''como entidades recíprocamente externas, sino mutuamente implicadas''. Postulaban la necesidad de abrir la reflexión a zonas menos especializadas del saber que pensasen a la literatura como una práctica discursiva inserta en un juego de interrelaciones sociales y al discurso teórico y crítico como una práctica significativa de carácter multidisciplinario. Precisamente a esta diversidad de abordajes apunta la conceptualización de ''sociología de la literatura'' que Punto de Vista usa en una época en que los estudios culturales aún no habían dominado la escena disciplinaria. Entendida como un ''lenguaje inestable'' (GRAMUGLIO, 1983, p.12-16), heterogéneo y fragmentado, de límites difusos y zonas superpuestas, esta ''sociología de la literatura'' se cruzaba con disciplinas diversas (desde la filosofía a las ciencias sociales) componiendo un marco teórico heterodoxo que intentaba dar cuenta del carácter heterogéneo de la trama textual, de su historicidad y de la existencia del autor y el lector en tanto sujetos sociales imprescindibles al proceso de producción literaria. Lejos de configurar sistema, esta propuesta trazaba recorridos teóricos y metodológicos diversificados que desbordaban los límites específicos de la crítica literaria. Resistir a modelos epistemológicos rígidos significaba, en los 80, construir objetos ''contaminados'' y asumir abordajes críticos de ''mezcla'' que, desde perspectivas históricas, sociológicas y políticas, cuestionasen la autonomía y la especificidad de lo literario. Insistiendo en una concepción de la literatura como práctica discursiva inserta en la trama social, Sarlo se preguntaba (1986,p.26), ''si la fetichización del texto no ha producido discursos objetivantes más indiferentes a la especificidad artística que algunas incursiones históricas y sociológicas''; y agregaba:

No todo lo que interesa saber sobre la literatura o el arte puede encontrarse de manera exclusiva en las obras. Frente a ello sólo se me ocurren dos posibilidades: o declarar ese interés ilegítimo o buscar también en otra parte. No es completamente ilusorio que restos deleznables para una mirada puedan rendir su significación frente a otra.

 

BIBLIOGRAFIA

ALTAMIRANO, Carlos. ''Raymond Williams: proposiciones para uma teoría social de la cultura''. Punto de Vista, 11, marzo-junio 1981.

------------------------------------''Algunas notas sobre nuestra cultura''. Punto de Vista, 18, agosto, 1983.

BOURDIEU, Pierre. ''Campo intelectual y proyecto creador''. In. AAVV: Problemas del estructuralismo. México: Siglo XXI, 1967.

EAGLETON, Terry. Teoria da Literatura: uma introdução. São Paulo: Martins Fontes, 1997.

GRAMUGLIO, María Teresa. ''Algunos libros de crítica literaria: una reflexión que no cesa''.Punto de Vista, 19, diciembre 1983.

HALL, Stuart. ''Estudios Culturales: dos paradigmas''. Lima, Revista Hueso Húmero, 1984.

JAMESON, Fredric. O inconsciente político. A narrativa como ato socialmente simbólico. São Paulo: Editora Ática, 1992.

PANESI, Jorge. ''Las operaciones de la crítica''. In: Alberto Giordano, María Celia Vázquez (comp). Las operaciones de la crítica. Rosario, Beatriz Viterbo, 1998.

PRIETO, Adolfo. ''Estructuralismo y después''. Punto de Vista, 34, julio-septiembre 1989.

SARLO, Beatriz. ''¿Cómo leer literatura. Algunas consideraciones sobre el formalismo norteamericano''. Punto de Vista, 2, mayo 1978.

------------------- ''Raymons Williams y Richard Hoggart: sobre cultura y sociedad''. Punto de Vista, 6, julio 1979.

-------------------- ''La moral de la crítica''. Punto de Vista, 15, agosto –octubre 1982.

-------------------- ''Clío revisitada''. Punto de vista, 28, noviembre 1986.

------------------------ ''Lo popular en la historia de la cultura''. Punto de Vista, 35, septiembre-noviembre 1989.

SARLO, Beatriz y Carlos Altamirano. ''Del campo intelectual y las instituciones literarias''. In: Literatura/Sociedad. Buenos Aires: Edicial, 1983.

SARLO, Beatriz e Roberto Schwarz. ''Debate Literatura e Valor''. In: Ana Luiza Andrade, Maria Lúcia de Barros Camargo e Raúl Antelo (orgs). Leituras do ciclo. Florianópolis: Abralic/Chapecó: Grifos, 1999.

 

 

1 Estas son las palabras con que Punto de Vista presenta el dossier sobre la revista Sur, en el número 17, de abril-junio 1983, que reúne los siguientes artículos: María Teresa Gramuglio, ''Sur: constitución del grupo y proyecto cultural'', p.7-9; Beatriz Sarlo, ''La perspectiva americana en los primeros años de Sur'', p.10-12; Jorge Warley, ''Un acuerdo de orden ético'', p.12-14. Ver también: Beatriz Sarlo, ''Borges en Sur: un episodio del formalismo criollo'', Punto de Vista, 16, noviembre 1982. María Teresa Gramuglio, ''Sur en la década del 30; una revista política'', Punto de Vista, 28, noviembre 1986, p.32-39.
2 Estos textos son: Nicolás Rosa, Crítica y ficción (1970); Noé Jitrik, El fuego de la especie (1971), Jorge Lafforgue, Nueva novela latinoamericana (1969-1974) y Josefina Ludmer, Cien años de soledad. Una interpretación (1970).
3 ibidem p.24. Este pasaje se registra en Onetti, los procesos del relato (1977) de Josefina Ludmer, La memoria compartida (1982) y Los ejes de la cruz (1983) de Noé Jitrik y Los fulgores del simulacro (1987) de Nicolás Rosa.