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An. 2. Congr. Bras. Hispanistas Out. 2002

 

Los marginados de la Revolución: los intelectuales peronistas (1945,1955)1

 

 

Flavia Fiorucci

Universidad de Londres

 

 

La imagen asociada con el nacimiento del peronismo, la de las masas avanzando hacia la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945 le dio a este movimiento político una identidad ''plebeya'' y ''anti-intelectual'' que lo acompaña desde entonces. Al grito de ''¡alpargatas sí, libros no!''; ''¡haga patria mate un estudiante!''; avanzaban las columnas de obreros en defensa del militar que se había hecho eco de sus reclamos. La intelectualidad vernácula reaccionó en su mayoría con una mezcla de horror y estupor a lo que se les aparecía como la reivindicación de la barbarie y como el presagio de la instauración del fascismo en el país. El escritor Ezequiel Martínez Estrada, resumió el ánimo de la clase letrada comparando las huestes peronistas con las que acompañaron al caudillo Juan Manuel de Rosas, y describiendo la marcha como la amenaza de un ''San Bartolomé del Barrio Norte.'' Una amenaza, que en palabras de Martínez Estrada ''les revelaba un pueblo, que [les] parecía extraño y extranjero'' (MARTINEZ ESTRADA, 1956, p32)

De ahí más, el divorcio entre las clases letradas y el peronismo durante la década 1945-1955 se convirtió en una imagen recurrente en la literatura sobre el tema (muchas veces en la forma de una condena) y conquistó el imaginario popular. En la visión generalizada, intelectual y peronista se presentaban como identidades irreconciliables. Pero esta lectura, si bien hasta cierto punto acertada oculta – en todo su poder de síntesis – la suerte de no pocos intelectuales que depositaron sus esperanzas en ese coronel erigido en líder popular y unieron sus fuerzas al nuevo movimiento político. ¿Quiénes eran estos letrados que apoyaron el peronismo desde sus inicios? ¿Por qué se unían a un movimiento que los condenaba automáticamente al ostracismo en el campo intelectual? ¿Y, finalmente cuál fue la influencia que ejercieron en la revolución propuesta por Perón? Estas son las preguntas que este trabajo pretende sintéticamente responder, en las próximas secciones para luego evaluar en una dimensión más amplia la relación entre el mundo letrado y el régimen de Perón.

 

¿Quiénes eran los ''letrados del peronismo''?

Una mirada rápida sobre la lista de cincuenta intelectuales que adhirieron a Perón provista por uno de ellos (el autor Ernesto Goldar) permite afirmar que salvo escasas excepciones Perón recibió durante sus dos primeros gobiernos el apoyo de tan sólo un sector del mundo intelectual: el nacionalista. (GOLDAR, 1971, p.176). Sus miembros enarbolaban las banderas de una posición que a partir de los años 1920 había aparecido para cuestionar la hegemonía del liberalismo en los circuitos intelectuales y políticos. Dicha posición ideológica, resumida por uno de sus seguidores como una ''reacción antiliberal'' implicaba el rechazo de la democracia liberal sobre todo de la institución parlamentaria y el sufragio popular; el rescate de la religión y los valores más tradicionales de la cultura; la adhesión a un régimen estatista y corporativista y la ''necesidad de fortalecer la conciencia nacional frente al espíritu - que juzgaba extranjerizante - de la etapa precedente, pronunciándose decididamente contra la influencia de las naciones llamadas imperialistas.'' (AMADEO, 1956, p.112) El nacionalismo traía consigo las consignas de una nueva escuela histórica - el revisionismo- que propiciaba una completa revisión de la historia nacional. Este implicaba una puesta en tela de juicio de las generaciones liberales argentinas (la de 1837 y la de 1880), las cuáles eran acusadas de ''extranjerizantes'' e impopulares.

El nacionalismo no era sin embargo una posición monolítica y cada uno de sus miembros se decidió por reforzar y a veces por desdeñar algunos de estos puntos. A grandes rasgos –y obviando una constelación de matices- el respeto por el sufragio o su rechazo y la consecuente posición frente a la democracia de masas dividía la familia nacionalista en dos grandes grupos que aquí denominaremos los populistas y los de derecha. Las diferencias entre estos dos grupos no eran menores, sin embargo, los dos se sumaron a un mismo proyecto político: el de Perón. Se incorporaron así a la lista de intelectuales peronistas personajes tan disímiles ideológicamente como Arturo Jauretche (un nacionalista popular del interior proveniente de los sectores yrigoyenistas del partido radical) con Gustavo Martínez Zuviría (un ''hombre de la iglesia'' perteneciente al mundo de las familias patricias argentinas que entre cosas era conocido por ser el autor de novelas con contenido antisemita). El interrogante que esta situación plantea es obvio, ¿qué hacía que estos dos sujetos originarios de ''mundos'' tan distintos encontrarán en el peronismo un proyecto común? En fin, ¿cómo se explica el apoyo de estos intelectuales a Perón?

 

Al encuentro de Perón

Los trayectos intelectuales que llevaban al encuentro de Perón no fueron unívocos y abarcaban un horizonte que iba de las adhesiones más tibias a las más fervorosas. Para comprender la opción por Perón hay que recordar que Argentina era a fines de 1945 un país sumido en una guerra ideológica; cruzado por divisiones irreconciliables entre aliadófilos y defensores del Eje o de la neutralidad en la segunda guerra; católicos versus laicos; católicos democráticos versus católicos de derecha. El país era –desde 1943- gobernado por los militares que habían implantando políticas antiliberales de agrado al mundo nacionalista, entre las más notorias se encuentra la introducir la religión católica en las escuelas públicas. En este contexto, Perón (un hombre que provenía del seno del gobierno militar) fue para muchos el ''menor de los males''.

La retórica populista de Perón y su alianza con los sectores obreros molestaba a aquellos que adherían a las versiones más elitistas de la derecha del nacionalismo. Además, como ministro de guerra, Perón había abandonado la política de neutralidad en la segunda guerra mundial (marzo de 1945), decisión que provocó un profundo rechazo en los sectores nacionalistas. Sin embargo los conflictos abiertos por las elecciones de 1946 no dejaban dudas a qué lado los nacionalistas pertenecían. La opción antiperonista consistía en una coalición (la Unión Democrática) formada por los partidos comunista, socialista y radical que levantaba las banderas de la democracia liberal –sistema al que los nacionalistas se oponían- y que defendía la tradición laica en Argentina. A esto se sumaba un clima de revanchismo: alentados por el triunfo aliado en la guerra los autodenominados democráticos (''perseguidos'' desde el 1943) iniciaron una cruzada moral contra los nacionalistas a quiénes identificaban como Nazis. En los círculos intelectuales, este hecho fue notorio cuando la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) comenzó a discutir la suspensión de sus afiliados nacionalistas, lo que finalmente suscitó el quiebre de la institución y la creación de una asociación de escritores nacionalistas (ADEA).

En este contexto de divisiones tan profundas, si bien Perón podía no ser el candidato ideal, era al menos el más cercano a cualquiera de las ramas del nacionalismo. Carlos Ibarguren (hijo) resume claramente el razonamiento de muchos nacionalistas de derecha en las vísperas de las elecciones que convirtieron a Perón en presidente:

El día que este cayó en octubre del 45, Perón significaba para mi lo peor que podía existir en el país, porque a mi juicio - lo había humillado al declarar la guerra en la forma indecorosa que la declaro. Pero a la semana de producido el derrocamiento de Perón como factótum revolucionario, el espectáculo que dieron en Buenos Aires quienes parecían dominar la situación, con su espíritu de venganza que consideraba a los nacionalistas sus enemigos, ese espectáculo nos mostró crudamente la realidad ... Evidentemente ahí estaban nuestros verdaderos enemigos: los mismos enemigos de Perón. Como ''criminales de guerra'' y nazis, ellos nos identificaban con dicho coronel, y no le cuento lo que significo la intervención del embajador yanqui Braden. Todo eso acabó por decidir nuestro apoyo a Perón. Por lo demás, desde un punto de vista pragmático, Perón resultaba nacionalista. Levantó las banderas de la soberanía política, independencia económica y justicia social, y el sentimiento del pueblo argentino lo hizo su caudillo. (IBARGUREN, 1971)

Por cierto, que también existían algunos nacionalistas –también de derecha, pero en donde el catolicismo funcionaba como una componente central de su propia identidad- que apoyaban a Perón desde los días de éste en la Secretaría de Trabajo y Previsión. El escritor Manuel Gálvez y su esposa (la escritora Delfina Bunge) por ejemplo, defendían abiertamente la campaña social de Perón desde el diario católico El Pueblo. En los días posteriores a la marcha del 17 de octubre, Bunge llegó hasta a comparar a las masas peronistas con las que siguieron a Cristo en Palestina. (BUNGE; El Pueblo, 8 de noviembre de1945) Para aquellos que hacían de la defensa de los postulados de la escuela histórica revisionista su métier, como el caso del historiador Ernesto Palacio, el camino a Perón era claro: Perón reencarnaba la política antiliberal y antiimperialista de Rosas.

Para los nacionalistas populares, como Jauretche o Raúl Scalabrini Ortiz, preocupados con el carácter poco representativo de la democracia argentina, la marcha del 17 de octubre era la confirmación de que Perón representaba sus ideales. Prueba cabal de esto es que como consecuencia de dicha manifestación Jauretche dio por concluida la labor de la asociación que presidía (un grupo llamado FORJA que postulaba el retorno de la doctrina nacionalista de Yrigoyen) por encontrar en el nuevo movimiento nacido en octubre cumplido sus ideales. (JAURETCHE, 1974, p.8) A Scalabrini Ortiz, el espectáculo del 17 de octubre lo lleva a concluir que ''lo que había soñado e intuido durante muchos años estaba allí presente''. (SCALABRINI ORTIZ; 1948, p.323)

Durante los años de gobierno, Perón reclutó pocas figuras intelectuales nuevas, la mayoría también ''sensible'' al mundo nacionalista. La explicación es clara, la censura al mundo de la cultura ejercida por el gobierno aglutinaba cada vez más a polo intelectual anti-Peronista y cerraba la posibilidad de un entendimiento entre los letrados y el peronismo. Entre las pocas deserciones de este polo que se pueden contar están la de los escritores Cesar Tiempo, Elías Castelnuovo y Nicolás Olivari. Todos éstos habían pertenecido al grupo de Boedo, un grupo literario de los años 1920 que adjudicaba a la literatura una función social. Eran además miembros del partido comunista, un partido fuertemente ''problematizado'' por la emergencia de Perón: si bien el comunismo local era claro en su caracterización del peronismo como fascismo, no podía ignorar que el proletariado estaba con Perón. El camino de Olivari, Tiempo y Castelnuovo –que iban a seguir también varios miembros del partido comunista- era el camino del encuentro con las masas y de una revolución que con el tiempo iban a percibir como emancipadora.

 

¿Cuál es la suerte de estos intelectuales durante el gobierno de Perón?

Ser un intelectual peronista significaba estar por fuera de los circuitos donde se jugaba el prestigio en el campo intelectual. El campo era controlado por los anti-Peronistas quienes comandaban las revistas literarias como Sur; los suplementos culturales de los grandes diarios, asociaciones como el Colegio Libre de Estudios Superiores, los premios importantes como los de SADE y para éstos era claro que ser peronista era un ''crimen'' contra el quehacer intelectual. Perón había entregado la universidad a los sectores más reaccionarios del nacionalismo, sin otros logros que ''privatizar'' la cultura (al menos la de la elite) que sobrevivía ''exiliada'' en ese mundo de instituciones culturales autónomas (no estatales) que eran los mencionados grupos, revistas y asociaciones. En este contexto hostil los letrados peronistas, intentaron crear un polo intelectual alternativo con sus propios premios, publicaciones y asociaciones. ADEA, la asociación de nacionalistas, intentó convertirse en una especie de '' contra-SADE peronista''. Claramente su misma creación representaba una disputa por el poder simbólico. Por ejemplo, al igual que la vieja asociación de escritores, ADEA instauró sus propios premios: los Sellos de Honor, llamados casi igual que las ya clásicas fajas de honor de SADE. Pero para realmente convertirse en una contra-SADE, capaz de inventar y distribuir nuevas credenciales literarias, de defender los derechos de sus asociados e de incrementar su poder en el campo, ADEA necesitaba recursos. El hecho de que la mayoría de la inteligencia fuera adversa al proyecto de Perón, permite pensar, que el proyecto de ADEA iba a ser apoyado por el gobierno; pero la institución –que había conseguido la adhesión en masa de todos los intelectuales peronistas- languideció pronto. El estado no le otorgó ningún tipo ayuda, lo que resultó en que sus actividades se vieran restringidas por dificultades financieras. Pero lo que selló su suerte -paradojalmente, si se piensa que el destino de la institución poco interesó a las autoridades estales- fue la peronización de la institución. Si bien ADEA había nacido como nacionalista y peronista, desde el principio había querido guardar cierta independencia, necesaria a cualquier actividad intelectual que se precie. Pronto, ésta pretensión fue consumida por la lógica de un estado que buscaba una adhesión total a la figura de Perón, y para principios de 1950 ADEA se convirtió en una agencia de propaganda del gobierno; lo que no llevaba a convertirse en una contra-SADE y lo que tampoco le trajo beneficios materiales. Por el contrario la ''peronización'' de la institución que desde los cincuenta se dedicó a ''certificar su posición justicialista'' significó la deserción de sus filas de las figuras de más renombre y terminó en la creación del Sindicato de Escritores Argentinos. (ADEA, 1953) El ya débil polo intelectual peronista se debilitaba aún más por fracturas que tenían que ver con ''el grado de peronismo'' aceptable.

La mayoría de los intelectuales peronistas compartían la creencia que la cultura argentina debía construirse a través de elementos argentinos y que debía incluir las manifestaciones de la cultura popular. Dicho pensamiento se contraponía a una idea universalista de la cultura que era dominante en los círculos intelectuales liberales. A la luz de la creencia nacionalista varias publicaciones que reunían la voz de los letrados peronistas aparecieron. Las ediciones de la intelectualidad peronista corrieron una suerte similar a la de ADEA. Tomemos por ejemplo Sexto Continente, una revista cultural que ignorando las distancias en la calidad puede ser identificada como una contra-Sur: frente a la visión cultural ''estetizante y europeista'' de Sur dirigida por Victoria Ocampo, Sexto Continente proponía un proyecto cultural latinoamericanista y una visión ''popular'' de la cultura. La revista sin embargo no logrará escapar a la peronización y en las mismas páginas discutirá la cultura latinoamericana con la tercera posición de Perón, presentado los temas en un mismo nivel.

Hechos e Ideas es una revista de tono más político pero que dentro del universo de las publicaciones peronistas resalta por su nivel y continuidad. Fundada primero como una revista del partido radical en 1935, interrumpida en 1941 es refundada en 1947 por los nacionalistas populares que apoyan a Perón. El proyecto de la ''refundada Hechos e Ideas'' aparece claro desde el principio: servir de vehículo a los intelectuales nacionalistas populares para convertirse en los ideólogos del peronismo. Desde las páginas de Hechos estos intelectuales buscaban darle contenido ideológico al nuevo movimiento político de acuerdo a su propia tradición ideológica. Es así como estos intelectuales definirán a Perón como el caudillo que ''viene a cerrar el ciclo histórico abierto por Yrigoyen''. (GLOSAS POLITICAS, 1948, P.372) Pero en consonancia con lo que pasa en otras instituciones de la vida intelectual, Hechos e Ideas sufrirá un análogo proceso de peronización en los contenidos de los artículos. Entre otras cosas, dicho proceso significó que se terminara negando el legado de Yrigoyen en la gestación del peronismo y concluyó en el alejamiento de las plumas más notorias de la publicación como la de Scalabrini Ortiz. Este intelectual, que había saludado con tanto fervor el nacimiento del peronismo como fue citado al comienzo de este trabajo, se quejó con tristeza en 1951 de que ya no tenían ''un resquicio, una trinchera, desde donde [pudieran] continuar adoctrinando''. (GALASSO, 1970, p.99)

Pocos fueron los intelectuales que tuvieron un protagonismo por así llamarlo oficial: es decir escasos fueron los letrados que se convirtieron en funcionarios del gobierno peronista. Ernesto Palacio, el historiador nacionalista, se convirtió en diputado nacional, pero su paso por el congreso fue corto: luego de 2 años de funciones fue separado de su cargo. Jauretche fue nombrado director del Banco Provincia, pero también fue desligado del puesto luego de 3 años en un dudoso incidente por créditos otorgados a un diario de la oposición.

Dos proyectos quedaron en la liturgia peronista como una ''supuesta prueba'' del interés de Perón por la clase letrada: el de fundar una junta nacional de intelectuales (algo así como un gran sindicato de los hombres de letras) y de delinear los borradores para crear un estatuto del trabajador intelectual. Cabe aclarar primero que la iniciativa de éstos no fue del estado y que ambos, cayeron en el olvido rápidamente no siendo transformados ni en un decreto ni en una ley. Un año después de haberse iniciado las gestiones de éstos Perón reconocería que su revolución aún no había invadido los ambientes intelectuales, y como también ya lo había explicado en otra oportunidad, este hecho se debía que la revolución tenía tareas más urgentes como la económica y social.

 

Conclusión

La descripción de la suerte de los letrados peronistas y la de sus proyectos permite concluir que bajo el peronismo éstos no sólo fueron marginados del campo intelectual –en donde los anti-Peronistas eran hegemónicos- sino que también lo fueron de la revolución propuesta por Perón. Contadas y cortas fueron las experiencias de intelectuales peronistas que lograron alcanzar alguna influencia en el gobierno. Los proyectos institucionales de esta inteligencia también perecieron como el caso ADEA y sus intentos por nutrir ideológicamente el movimiento fracasaron. Si bien estos intelectuales constituían una fracción marginal de la intellegentsia del país, su escaso triunfo se debió en gran medida al desdén abierto de Perón por la intelectualidad y por la cultura de elites y por la incapacidad de éste de aceptar figuras y discursos en donde la adhesión/ ''veneración'' a su persona no fuera total. Perón estaba construyendo un movimiento político verticalista con una evidente identidad obrera y el poco espacio que les dio a los intelectuales se puede ver como una aspecto complementario a dicha identidad. Perón tenía una visión demasiado práctica de la política que desdeñaba el mundo de las ideas y aquellos que vivían de él, mientras que definía al peronismo como ''una cuestión más del corazón que de la cabeza''. Por otro lado, el régimen era claro que la única cultura que le interesaba era la ''cultura popular''. En síntesis, una mezcla perversa entre falta de interés y autoritarismo explica el destino de estos letrados.

La falta de apoyo gubernamental significó que estos intelectuales tuvieran poco o nada para ofrecer en la conquista de adhesiones del ''otro bando'' y para crear instancias de legitimación que pudieran competir con las ya establecidas como por ejemplo premios o casas editoriales. La falta de ''espacio'' que sufrieron los letrados peronistas, su escaso papel en la lucha por el adoctrinamiento de las masas, significó que éstos no pudieron constituirse en profetas de la causa, convirtiéndose en los ''invitados de piedra'' de la revolución en marcha.

 

BIBLIOGRAFIA

AMADEO M., Ayer Hoy y Mañana, Buenos Aires: Ediciones Gure, 1956, p.112.

DOCUMENTOS DE ADEA, mimeo, Archivo Personal de Haydée Frizzi de Longoni.

FIORUCCI F., Neither Warriors Nor Prophets: Peronist And Anti-Peronist Intellectuals, 1945-1956, Tese (Doutorado)- Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Londres.

GALASSO N., Vida de Scalabrini Ortiz, Buenos Aires: Ediciones del Mar Dulce, 1970, p.99.

GOLDAR E., El peronismo en la literatura Argentina, Buenos Aires: Editorial Freeland, 1971, p.176.

IBARGUREN C., entrevista conducida por Luis Alberto Romero, 15 julio de 1971, Buenos Aires, Archivo de Historia Oral del Instituto Torcuato Di Tella.

Junta nacional de intelectuales, antecedentes de su creación-decretos y reglamentos internos, Buenos Aires: Ministerio de Educación, Subsecretaria de Cultura, 1949.

MARTINEZ ESTRADA E., ¿Qué es esto?, Catilinarias, Buenos Aires: Lautaro,1956, p.32.

SCALABRINI ORTIZ R., Identidad histórica de Yrigoyen y Perón. In: Hechos e Ideas, Buenos Aires, n. 54, septiembre 1948, p.321-325.

 

 

1 El presente trabajo forma parte de una investigación más amplia sobre los intelectuales y el peronismo, presentada como tesis doctoral en la Universidad de Londres.