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An. 2. Congr. Bras. Hispanistas Oct. 2002

 

Sobre lo bajo en Gombrowicz y Sarmiento: ciudades, políticas y cuerpos

 

 

Pablo Gasparini

Universidade de São Paulo (USP)/ FAPESP

 

 

Rocas que asoman desde abismos sin fondos, territorios atróficamente peninsulares, climas dementes de frío glacial o de ardientes soles tropicales: en la geografía soñada (más bien pesadillesca) de Hegel, América, a excepción de su próspera franja norte, se describe como el territorio de una deficiencia o inmadurez geográfica, incapaz de despertar a la vida del Espíritu (HEGEL, 1987, p. 17). Reverso exacto de la grandiosidad y exuberancia de las crónicas españolas, la débil geografía americana obedece en Hegel más a la necesidad de justificar la ausencia de los espirituales ''pueblos históricos'' que a cualquier otra intención. Ni las civilizaciones mexicanas o peruanas se salvan de esta suerte de inmadurez congénita: su desaparición prueba en este filósofo más la presunta debilidad original que la guerra de exterminio escamoteada tras la imagen del ''arribo del Espíritu''. A la América del Sur, ese alargado y atrófico territorio en el que Hegel llega a incluir a México, se le hurta así, en razón de su inferioridad física, la razón a partir de la cual el Espíritu podría desarrollarse: la razón del Estado, esa entelequia que en Hegel es hija del agrupamiento humano y de la ciudad.

En efecto, desde Hegel y ''desde el mal de la República Argentina es su extensión''1, la inmadurez anida en América como un mal a erradicar. La ciudad se convierte así en la garantía del Espíritu y en la ansiada entrada a la historia que redimiría la hegeliana condena de Sudamérica a la mera geografía. En el gran relato nacional que Sarmiento forja en Facundo -ese relato que dice ofrecerse a un historiador futuro- la ciudad, sabemos, se vislumbra como el sedentario anclaje de los civilizadores códigos de urbanidad. Sin embargo, la levita y el frac, el dominio del inglés y del francés, la lectura y la escritura, todos estos parámetros que Sarmiento vislumbra como indicios de urbanidad deben enfrentarse a la bárbara realidad: ''No hay tres jóvenes que sepan el inglés, ni cuatro que hablen francés (...) No hay diez ciudadanos que sepan más que leer y escribir'' (SARMIENTO, 1979, p. 62) escribe la furiosa pluma de Sarmiento. Y esto no será valido sólo para la ciudad de San Juan (a la cual Sarmiento dedica esos crudos datos), sino para la misma Buenos Aires que en la figura de Rosas ha sido invadida, penetrada, por la barbarie convertida en maquiavélico sistema. En gran medida, la Argentina liberal de fines del siglo XIX se validará así como la necesidad de exorcizar el dictum hegeliano y sus planteos políticos se harán siempre, precisamente, desde la necesidad y la urgencia: urgencia de convertir la geografía en historia, el desierto en Estado.

Sin embargo, esta redención de la ciudad como dadora de los códigos de la civilización se mostrará insuficiente, incompleta -o quizás como aquello que esencialmente era: soñada prescripción- de tenerse en cuenta, por ejemplo, el juicio de aquellos conferencistas que, hacia la década del 20 y 30, arriban a costas porteñas para evaluar el proceso formativo de la joven nación. Ortega y Gasset hablará así en Meditación del Pueblo Joven (1939) de un pueblo demasiado reciente, aún inmaduro, un pueblo que arrojado a un espacio ''sobredimensionado'' –tal la calificación del espacio en ensayos como Hegel y America (1924) y La Pampa... Promesas (1929)- sólo puede ocultar su falta de código metropolitano (es decir urbano) tras una ''defensiva'' máscara de arrogancia, esa máscara que Ortega se place en describir en El hombre a la defensiva (1929). Esta inmadurez no redimida vuelve a encontrarse, por otro lado, en Meditations Sud-Americaines (1932) del conde y filósofo viajero Keyserling, quien a pesar de cantar la belleza de los ''bajos fondos'' (una fuerza apolítica y díscola al Espíritu) no deja de ver a América como el estadío previo a la tal vez impersonal pero inevitable y futura vida civil europea y, en otro sentido, la apelación de Waldo Frank en Primer Mensaje a la América Hispana (1930) para que los jóvenes y energéticos pueblos de América Latina ultimasen el desgastante y caótico orden capitalista, se formula a partir del carácter más imaginario que real de lo que él mismo denomina la ''periférica velocidad' de las ciudades latinoamericanas y del orden más bien potencial o latente de sus instituciones.

De esta manera, entre la (dudosa) réplica, la ambigüedad o la asumida confirmación, la ciudad y su madurez, la civilización, se vislumbra como exigencia o como ilusorio espectro, pero siempre y en todo caso como la supervivencia de aquella condena a la -quizás eterna- futuridad a la que Hegel la habría supeditado. En este sentido, la afirmación de Witold Gombrowicz -escritor polaco circunstancialmente arribado a Bs. As. y ajeno a los marcos institucionales que rodeaba a las ''ilustres'' visitas mencionadas anteriormente- de que Argentina ''es un país todavía no poblado y por ende carente de dramatismo'' (GOMBROWICZ, 1988, p. 201), repite la premisa hegeliana aunque sin participar por ello de su condena al futuro.

En su Diario y en su novela Transatlántico, textos ambos en que acudimos al seductor despliegue de un sujeto autobiográfico (o, para ser mas exacto, autoficcional), Gombrowicz, sabemos, esboza un mapa de Buenos Aires concentrado en Retiro, nombre propio de la mayor estación de ferrocarriles argentina pero a la vez -y desde la peculiar mirada del exiliado polaco- metáfora de una frontera donde la ciudad capitalina se pierde, se esvanece, por la entrada masiva del interior y por la irregular y entremezclada zona portuaria. Desde esa nueva topografía, Gombrowicz impugna lo que entiende ser las legitimaciones y ansias de maduración de la intelectualidad argentina: ''A mí me fascinaba, en este país, lo bajo y ellos eran las alturas. A mí me encantaba la oscuridad de Retiro, a ellos las luces de París.'' (GOMBROWICZ, 1988, p. 233)

Sorprende la rapidez con que Gombrowicz percibe la estrecha relación entre ciudad, literatura y política, el estrecho vínculo por el cual la intelectualidad de aquel país donde vivirá por 24 años intenta fundar o incorporar, ya sea a través del fervor de un yo que redescubre el lugar natal o a través de los vanguardistas claxons de los trolleys (para referirnos sólo a Borges y Girondo), el espacio –arrasado o vacío- que Sarmiento reservaba como garantía de la redención nacional: el espacio de la ciudad.

Contra esa ciudad futura que la literatura local pretendería convertir en presente, contra esa premisa sarmientina a la que se rendiría la literatura nacional, contra ese proyecto de –en términos de Gombrowicz- altura, luz y París, se opone una ciudad de bajeza y oscuridad, una ciudad que no trascendería, felizmente, su estado incipiente o inmaduro, esa condición que le garantizarían los ''estratos inferiores'' (GOMBROWICZ, 1988, p. 234) aquel ''vulgo joven y bajo'' que el yo del Diario y de Transatlántico persigue allí donde ''una colina desciende hasta el río'' y donde ''la ciudad se extiende hacia el puerto y el hálito silencioso del agua es como un canto entre los árboles de la plaza...'' (GOMBROWICZ, 1995, p. 53). De hecho, en la oscuridad de Retiro, Gombrowicz se describe persiguiendo a los ''naturales'' jóvenes ''del vulgo'', esos soldados, lavaplatos, marineros - heterogéneos representantes del incipiente país aún por formarse y encarnaciones de esa bajeza entendida y sentida por el escritor polaco como primordial e insustituible belleza.

Sin embargo, no vale oponer aquí a Gombrowicz contra la ciudad soñada de Sarmiento, a Gombrowicz contra cierta condición del ser de la literatura local, o insistir, por otro lado, en esa nueva ciudad que Gombrowicz traza para poder explicar y explicarse su marginal papel en el circunstancial cenáculo intelectual de su exilio, sin agregar que este espacio bajo y oscuro no significa en modo alguno la esperanza de una nueva fundación o gesto programático. Lo bajo en Gombrowicz es una atracción pulsional y esta desprovisto de cualquier (feliz o amenazante) intencionalidad política, eso que en Sarmiento es más fuerte que su ya estudiada fascinación por Facundo. Lo bajo e inmaduro en Sarmiento significa una real amenaza a la polis, una amenaza política que debe ser denunciada, combatida y destruida. En este sentido, recordemos aquel fragmento del Facundo donde Sarmiento nos describe una Buenos Aires desquiciada y en absoluto estado de descomposición y anarquía. Sobre este caos, la voz de Sarmiento nos informa que:

Marchaba Facundo Quiroga por una calle, seguido de un ayudante, y al ver a estos
hombres con frac que corren por las veredas, a las señoras que huyen sin saber de qué, Quiroga
se detiene, pasea una mirada de desdén sobre aquellos grupos, y dice a su edecán: ''Este pueblo
se ha enloquecido''. Facundo había llegado a Buenos Aires poco después de la caída de
Balcarce. ''Otra cosa hubiera sucedido –decía- si yo hubiese estado aquí''.- ''Y qué habría
hecho, general – le replicaba uno de los que escuchándole había-. Su excelencia no tiene
influencia sobre esta plebe de Buenos Aires''. Entonces Quiroga, levantando la cabeza,
sacudiendo su negra melena, despidiendo rayos de sus ojos, le dice con voz breve y seca.
''¡Mire usted! Habría salido a la calle, y al primer hombre que hubiera encontrado le habría
dicho: ´Sígame´ ¡Y ese hombre me habría seguido!. (SARMIENTO, 1979, p. 173)

En este fragmento, lo bajo, ya sea por terror (o, más recientemente, por frenesí mediático) significa así la impronta de un nuevo orden que convierte la insuficiencia de estado, la insuficiencia de ciudad, en un irracional seguir, en una exigida y a la vez alocada persecución que la categórica voz de Facundo (diligentemente labrada por Sarmiento como tosca, torpe y baja pero efectiva) convierte en prosecución política. Contra esa trascendental manera de seguir lo bajo, Gombrowicz opone un movimiento que se quiere sin objeto, irreductible a cualquier finalidad, pues se tratará siempre, en definitiva, de un movimiento truncado. De hecho, jamás, en ninguna de sus persecuciones nocturnas, Gombrowicz logra (o pretende) dar alcance a los bellos y vulgares detentores de lo bajo.

Esta falta de trascendencia no deja de ser singular si tenemos en cuenta que el contexto de Gombrowicz, en sus primeros años en Argentina, está fuertemente marcado por el criollismo a nivel cultural y por el peronismo en el ámbito político. Si ya, en lo relativo al criollismo, puede encontrarse una estetización de lo bajo con el fin de su conversión -o redención- en atávico valor nacional2, en el peronismo podemos hallar una emergencia de los ''guasos'' sectores populares –''cabecitas negras'' en la jerga de la época- para su integración a un proyecto autodefinido como popular y nacional. Contrariamente a esas redenciones estéticas o políticas de lo bajo, redenciones que procuran conjurar el asedio e invasión a la ciudad presentida por Sarmiento en el ''Sígame'' de Facundo (ese temido fantasma de la inmadurez que vendría a socavar las instituciones), Gombrowicz elabora un espacio donde el tránsito de los representantes de lo bajo no constituye ni una amenaza ni un intento de redención y si mas bien un cierto movimiento de fascinación que compromete su propio lugar intelectual asediado por la emergencia inquietante y caótica de su imprevisible cuerpo.

Pues, en definitiva, en Gombrowicz parece tratarse casi siempre de un cuerpo, de un cuerpo que evitando (o haciendo como que evita) el encuentro y la conquista, se abandona a las postergaciones de la seducción, con todo lo que esto tiene, en la propia filosofía gombrowicziana, de irrevelable y de gregaria imitación del objeto amado. Su tantas veces predicado rejuvenecimiento argentino se debe así a esa atracción que lo desplaza del lugar del Espíritu hacia el de la vida in crudo, forjando un yo que se debate entre fuerzas contrarias sobre un territorio, la ciudad, que ya no se quiere indicio del éxito o fracaso de la ocasional entrada barbárica o del inclemente proceso civilizador. Gombrowicz señala, y más bien celebra, la derrota de ese movimiento ascensional hegeliano que –en un futuro siempre postergado- le permitiría al inmaduro espacio americano la vida institucional (y ''espiritual''). Lo curioso es que esta posición que podría dar lugar a toda suerte de ''nativismos'' y/o -para llamarlos de alguna forma- ''nacionalismos de lo bajo'' oblitera, precisamente, esas posibilidades al rechazar cualquier atisbo de gesto programático instaurando o fundando así una bajeza sin redención, un Retiro que es antes que nada un espacio de goce en el que el ''silencioso canto del agua entre los árboles'' se propone como agonístico (y desenmascarador) valor de afrenta ante cualquier prescripción; y aún más: un Retiro que pone en evidencia aquello que vendría a ser destruido en aras de un nuevo orden, de una nueva farsa de madurez política: el cuerpo, el solapado y no por eso omitido cuerpo del intelectual.

 

BIBLIOGRAFÍA

FRANK, W. Primer Mensaje a la América Hispana. Madrid: Revista de Occidente, 1930.

GOMBROWICZ, W. Diario 1. Madrid: Alianza, 1988.

_________________________ . Ferdydurke. Bs. As.: Sudamericana, 1983.

__________________________. Transatlántico. Barcelona: Barral, 1995.

HEGEL. Leçons sur la Philosophie de L'Historie. Paris: J. Vrin, 1987.

KEYSERKING, H. Conde De. Méditations Sud-Américaines. Paris: Stock,1932.

MAHARG, J. (org.). José Ortega y Gasset. Madrid: Ediciones de Cultura Hispánica, 1992.

RAMA, A. El sistema literario de la poesía gauchesca. In: Poesía Gauchesca. Bogotá: Ayacucho, 1987.

SARMIENTO, D. F. Facundo. Bs. As.: Cedal, 1979.

 

 

1 Sarmiento en la primera parte de Facundo, postula que la civilización que vive en las pocas y aisladas ciudades no logra transfundirse a la barbarie de la vida rural.
2 Recordemos las palabras de Lugones en ''El linaje de Hércules'' (El Payador) ''Felicítome por haber sido el agente de una íntima comunicación nacional entre la poesía del pueblo y la mente culta de la clase superior: que así es como se forma el espíritu de la patria (...) Mi palabra no fue sino la abeja cosechera que llevó el mensaje de la flor silvestre a la noble rosa de jardín'' citado por Rama, A en El sistema literario de la poesía gauchesca, ver bibliografía.