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An. 2. Congr. Bras. Hispanistas Oct. 2002

 

La revista literaria: campo de tensiones y estrategias culturales

 

 

Teresa Cabañas M.

UFSM

 

 

Aunque las aguas parezcan estar hoy más calmas, las resonancias del espectacular fenómeno cultural posmoderno todavía retumban en el aire y la atracción de su seductora propuesta revisionista continua bien presente en el ámbito académico, tal cual aquel dinosaurio de la historia de Monterroso. Tal vez eso se deba simplemente a la intransigente tenacidad de la realidad material que, como el saurio colosal, resulta dificil de ocultar dadas las extraordinarias dimensiones que ahora alcanza. Gigantesco, incontrolable y también amenazador, sin que el periférico zoológico de lo folklórico o de las curiosidades medio exóticas pudiera contenerlo, se hizo necesario reconocer las manifestaciones del fenómeno y pasar, a partir de ahí, a definir sus contornos. Será, entonces, que del espacio académico comienzan a llegarnos polémicas propuestas reordenadoras de la base conceptual de su práctica hermenéutica y epistemológica tradicional, lo que al mismo tiempo va a convocar una revisión y reevaluación de la visión cultural que hasta el momento legitimaba sus criterios de selección y valorización.

La revolución posmoderna alcanza así el plano de los paradigmas gnoselógicos, en donde impone una terminología belicosa al comienzo, pero que ahora nos permite hablar, casi en consenso, de multiculturalismo, pluralidad, identidades, o introducirnos en labores reflexivas como las que se cobijan en los ''actualísimos'' estudios culturales o en las ''novedosas'' teorias poscoloniales. Pero la verdad verdadera, si es que en estos tiempos puede invocarse tal palabra y adjetivo, es que asistimos a la formalización de lo obvio: que la producción cultural humana es variada, plural, diferente de una camada social a otra. Reconozcamos, sin embargo, que la obviedad tiene su valor, dado por el desvelamiento de la insistente acción de ocultamiento, sofocamiento y represión cultural que ese mismo pensamiento reflexivo occidental, eurocéntrico, ilustrado, falocrático, blanco y clasista se encargó de ejecutar al interior de sus sociedades durante siglos. De manera que demos un crédito a esa academia que se aboca, maravillada y entusiasmada, a desenterrar, en un ejercicio de mea culpa, lo que ella misma sepultó. Y, con motivo para celebraciones, pasemos todos a ver con regocijado beneplácito que una tal literatura femenina existe, que el cabestro del colonialismo no extinguió culturas autóctonas, y que sectores sociales subalternos también producem cultura!

Ahora bien, mirando por el lado de la tradición de los estudios literarios iniciados en el continente latinoamericano en las primeras décadas del siglo que ya se fue, el panorama esbozado no conlleva todo el ineditismo que, a primera vista, parece poseer. La terca presencia en nuestros sistemas literarios nacionales de alguna cosa disonante en relación a los modelos europeos que debía seguir fue tempranamente detectada por una lúcida generación de críticos que, por ejemplo, reconoció como marca particular de nuestra formación literaria la ancilaridad, o su carácter empeñado, esa empresa no apenas comprometida con lo puro estético mas que pasa a construirlo como explícita necesidad de reconocernos y constituirnos como indentidades nacionales. Así pues no es de ahora que en nuestros sistemas estéticos aceptamos las marcas problemáticas de ese mundo ''otro'' que hoy el pensamiento posmoderno busca rescatar. Recordemos, por ejemplo, que alguien como Mariátegui, ya en los años treinta, llamaba la atención para el problema de la inclusión de la literatura indígena en los sistemas literarios de algunos de nuestros países.

Ya la perspectiva culturalista desarrollada por promociones de críticos latinoamericanos en las décadas del 20 y 30 afirma, como destaca Angel Rama, la vinculación entre literatura y clase social, de forma que, con fundamentación más rigorosa, ella va a permitir, en los años setenta, la percepción de la insoslayable existencia de simultáneas y variadas subculturas en las diferentes áreas del continente (RAMA,1976, p.12). Fue así que la tácita aceptación del requisito universalista, embutido por los usos metropolitanos en el concepto de literatura, comenzó a ser desestructurado en muchas de estas nuevas visiones y eso cuando todavía las ondas desconstructivistas no aportaban en nuestras costas. Posturas comprensivas del proceso formativo de nuestros sistemas literarios como las que vemos en la dialéctica de lo local y lo cosmopolita, en el cambio en la noción de literatura, aportes conceptuales como los que encontramos en las ya clásicas categorias de transculturación y heterogeneidad, o en la más reciente de hibridismo, son algunas de las proposiciones concretas que, incidiendo en nuestra producción teórica y crítica, han llevado a un movimiento de revisión al interior de los modelos de selección y ordenamiento historiográficos con los que se trabajaba, como de los patrones axiológicos empleados. Y uno de los resultados es haber pasado de la inicial imagen unitaria y globalizante, formulada en la década del setenta, al entendimiento de que los sistemas literarios existentes en nuestra América son de naturaleza múltiple, plural, heterogénea.

O sea, si revisáramos esta cuestión con un detenimiento mayor que el permitido en este breve espacio veríamos que muchos de los tópicos que engordan la agenda de discusión y redefinición posmoderna se encuentran autenticamente adheridos a la tradición de los estudios literarios en América Latina. Con esto no busco establecer ningún tipo de disputa sobre originalidad o ineditismo de visiones y propuestas, mas llamar la atención para el esfuerzo sistemático que la crítica literaria latinoamericana más lúcida ha desarrollado en pro de la definición de un proyecto teórico-crítico de comprensión de la complejidad de los sistemas literarios de que se ocupa. Y permítanme referir ahora, aún a riesgo de soslayar otros planteamientos importantes, el que me parece sintetizar lo que esa tradición de estudios nos coloca hoy entre las manos.

En una ponencia presentada en 1992 por Antonio Cornejo Polar, el crítico peruano hacía un balance del destino de una teoria literaria hispanoamericana pasados veinte años del debate haber comenzado. Independientemente del fracaso de ese proyecto inicial, según la constatación de Cornejo, el elemento decisivo de la discusión habría sido dejar al descubierto la necesidad urgente de modificar radicalmente el concepto de literatura en Latinoamerica. Es decir que, citando sus palabras, lo que aquí ''estaría en juego es un cambio en la construcción epistemológica del 'objeto' literatura'' (CORNEJO,1999, p.11). Y a propósito de esto el crítico es incisivo al señalar que la tarea debería obedecer ahora no a una propuesta más o menos abstracta, sino a maneras concretas de leer nuestra literatura en aquello que parece caracterizarla plenamente: ''la copiosa red de conflictos y contradicciones sobre la que se teje un discurso excepcionalmente complejo'', porque producido por formas de conciencia muy dispares, y a veces incompatibles entre si (CORNEJO, 1999, p.12).

Presionada como estoy por la síntesis, diré entonces, sin ánimo de ser original, que a partir de aquí el trabajo crítico pasa a ser el protagonista principal de nuestra empresa, por ser el que torna visible lo que siendo real ha permanecido excluído o reducido a niveles de importancia menor por imposición de criterios hegemónicos que todos reconocemos, por lo menos en teoría, provenientes de una visión elitizada de la cultura. Pero la práctica crítica, también lo sabemos, es oriunda de una formalización previa: esa que parte de la visión (ideas, conceptos, categorías) a través de la cual nos relacionamos con nuestros objetos de investigación y que lleva embutido un afán ordenador, preso por su vez a un momento anterior de selección. O sea, pautas de selección y de valorización están intrinsecamente relacionadas al ejercicio crítico, y todos dependientes de un conjunto de ideas que acarretan exigencias más o menos rigurosas. Por eso, no podemos desembarazarnos de la teoría, pues es su ejercicio el que puede ocasionar ''modificaciones radicales'', transformando la visión sobre eventos y fenómenos. Lo que tal vez sea hora de fortalecer, si nos guiamos por el predicamento de Cornejo, sea el matrimonio efectivo entre teoria y práctica crítica. De modo que sea la observación desprejuiciada de nuestra realidad literaria la que nos provea del substrato material que deberá ser elaborado en abstracciones teóricas que vuelvan a incidir sobre la realidad de la que parte, de forma a integrar sistemas de comprensión que ayuden a mejor entender esa ''red de conflictos y contradicciones'' en que ella se constituye.

Es en medio de este contexto que, finalmente, introduzco una de las formas que ha dinamizado nuestra específica formación literaria: la revista. Ilustrando el asunto con el caso venezolano, pero sin que sea de manera alguna privativo de éste, se constata cómo la revista ha integrado de manera genitiva la historia literaria de este país. Finalizada la guerra independentista, ellas van a florecer, abonando el terreno para el advenimiento de las primeras expresiones de género, como es el caso de Los Mártires de Fermín Toro, considerada la primera novela nacional y que ve la luz en las páginas de El Liceo Venezolano, publicación de clara orientación política. En 1837, El Liberal, outro periódico de la época, publica del mismo autor su relato La viuda de Corinto mientras El Correo de Caracas da a conocer sus primeros artículos costumbristas. Avanzando la experiencia republicana, la revista se especializa más y así surge en 1865 la célebre Revista Literaria de Juan Vicente González, que representa tal vez el primer intento consciente por entender el hecho literario como realidad específica mas sin perder de vista sus interrelaciones con otras expresiones de la vida social. Vemos ya en ella la latencia de esa red de complejidades aludida, que sus páginas recogen en el enfrentamiento de dos visiones contrapuestas del arte y de la vida: la visión romántica finisecular de la propia revista y la nueva corriente positivista que luchaba por imponer sus modelos de comprensión y representación de la realidad. Sin duda, esta publicación anuncia en el contexto venezolano el inicio de un reacomodo estético-ideológico, que vendrá a ser plenamente perceptible en El Cojo Ilustrado.

Caso de duración excepcional en la historia hemerográfica del país, El Cojo Ilustrado circulará entre 1895 y 1915, por lo que esta revista va a registrar la evolución de la actividad cultural llevada a cabo por un determinado sector social en la Venezuela de ese lapso. Apreciando su trayectoria, vemos cómo el hombre de letras comienza a ser requerido por ese juego mercantil que, si por un lado, empujaba a nuestros países a participar en el tablero de la modernización capitalista internacional, por el outro, señala los primordios de la profesionalización de su tarea. Esta comprensión será más íntegra si se considera, por ejemplo, Cosmópolis, que entre 1894 y 95 perfila en sus páginas un planteamiento con miras a conformar las bases de constitución de una literatura nacional de exigencias universales, plataforma básica del movimiento modernista.

Desde las décadas iniciales del siglo XX, el panorama de la literatura venezolana conoce la formalización de un numeroso contingente de publicaciones literarias y culturales que, apareciendo y desapareciendo, van a constituir parte de ese espesor que Angel Rama detecta en el desarrollo de nuestros sistemas literarios nacionales. Sin duda, un lugar excepcional para la observación de parte de ese espesor lo materializa, por ejemplo, el grupo de revistas que surge en Venezuela en la efervescente década del 60, articulando una actividad literaria y cultural tan beligerante y matizada cuanto la situación político-social que se apoderaba del país. En fin, la lista sería extensa y si nos detuviéramos en ella constataríamos cómo cada movimiento de definición, afirmación y cambio en nuestras letras está casi siempre antecedido o es concomitante a la actuación de una revista. Lo que analizado con atención nos lleva a constatar su presencia en el desarrollo del proceso literario como algo más que un simple elemento de curiosidad, y a plantearla como parte formativa de la particular evolución de nuestro sistema literario.

Pero para continuar adelantando mi raciocinio se hace necesario volver al inicio de mi planteo y retomar nuestro entendimiento epistemológico del ''objeto'' literatura. Aunque nuestros mayores nos han señalado reiteradamente el camino teórico de una tal definición, forzoso es aceptar que ésta parece no estar totalmente sedimentada, desde que en el diseño general de la hermenéutica que formaliza la comprensión de nuestra evolución literaria la presencia de la revista es todavía tímida o inexistente. Claro que hemos avanzado, pues de la inicial confección de índices hemerográficos que transportaba una concepción de la revista como simple almacén de datos, hemos pasado, en todo el continente, a los estudios monográficos, que consideran la revista en su relativa existencia autónoma. En el particular caso venezolano, la insistente aparición de este tipo de publicación presionó, desde hace un tiempo, su registro en algunas de las sistematizaciones de tipo historiográfico que han ordenado el proceso formativo de su literatura. Pero si ellas se encuentran ahí es a la manera de una pura mención de datos, como fechas de aparición, número de ejemplares, nombres de fundadores y de integrantes. Así, este tipo de apropiación historiografica ha disuelto los matices y gradaciones que casi siempre caracterizan la postura estético-ideológica de la revista como un territorio de tensiones, y por eso lugar privilegiado para observar la dinámica de lo que Bourdieu (1989) denomina campo literario, sin cuya consideración se hace imposible comprender el hecho artístico. Aquel constituye, como sabemos, un territorio de fuerzas y de luchas, en donde grupos o individuos se colocan en situación de competencia por la legitimidad de su producción intelectual y artística. Espacio en donde se imprimen las estrategias discursivas que irán a fortalecer o a sustituir visiones culturales y estéticas.

Detengámonos un poco en esto. Antes de Bourdieu, el formalista Boris Eichenbaun (1972) ya se ocupaba, allá por 1927, de lo que llamó vida socio-literaria, con lo que defendía una comprensión del hecho literario que transciende la pura reunión de obras. Entre los elementos integrantes de la vida socio-literaria, el autor va a mencionar agrupaciones como los salones y círculos, la actividad editorial y las revistas, al tiempo que enfatiza la necesidad de implementar un cuerpo teórico que justifique la selección del material que habría que incorporar al sistema. Y es aqui que utiliza un término clave: sistema. Este conlleva una visión de literatura que por veces parece huir de nosostros, aunque de ella tengamos en América Latina formalizaciones incuestionables como las de Candido, Rama o Cornejo Polar. Cómo leer nuestra literatura a no ser como un sistema de interrelaciones entre la obra, su productor y su público, que origina esa ya citada ''red de conflictos y contradicciones sobre la que se teje un discurso excepcionalmente complejo'', que es la obra, su resultado final pero no exclusivo constituyente.

Esas ''nuevas maneras de leer nuestra literatura'', aducidas por Cornejo, implican la consideración, con criterios teóricos, del material de la vida socio-literaria, que, citando a Eichenbaum (1972, p. 30), ''de ningún modo significa un abandono del hecho literario o del problema de la evolución literaria (...) mas la incorporación en el sistema teórico evolutivo de los hechos de la génesis'', que deben ''constituir la base de los trabajos sociológico-literarios contemporáneos''. Son ecos similares los que nos llegan a través de Bourdieu y su concepto de campo, que entiende no en el sentido habitual de ''contexto'' mas como mediación específica, casi siempre olvidada por la historia social y la sociologia del arte, a la hora de establecer la relación entre la obra y la clase productora o consumidora.

Es de notar que esto no se aleja de la concepción defendida por Rama con su adopción de la visión culturalista para el estudio del proceso literario latinoamericano, y por medio de la cual se preocupaba en conocer las intercomunicaciones y mediaciones activadas entre los textos literarios y precisos y determinados sectores sociales. Interrelaciones que construyen nuestro sistema literario continental como un complejo de estratificaciones, que muestra la superposición, al mismo tiempo y en el mismo espacio, de diversas expresiones literarias, capaces de enfrentamientos y polémicas siempre en torno de una definición de la naturaleza y funcionalidad de la literatura entre nosostros (RAMA, 1976, p.17). Para el autor, la visión de sistema permitiría reconstruir ''el complejo y dinámico combate en que se manifiestan - se enfrentan, se sustituyen - diversas concepciones culturales representadas por diversas concepciones estéticas''. De manera que, como dirá más adelante, es preciso ''reconocer que la literatura no circula por un cauce único, sino que se desarrolla por cauces diversos'' (RAMA, 1976, p.14 y 24).

Así, pues, aunque admitamos que en los últimos tiempos el estudio sobre las revistas literarias y culturales se ha incrementado por aquí, o justamente por reconocer eso, me parece que está en la hora de abrir el tema para una discusión más amplia, que se refiere, vuelvo a insistir, a la manera concreta de asumir la literatura como un proceso, como un sistema. O sea, a la manera cómo debemos modificar el concepto de literatura en América Latina y construirlo epistemologicamente como ''objeto'' problemático. Y, logicamente, en tal cuestión se inmiscuye la revisión de los criterios selectivos y valorativos que hasta hoy insisten en marginalizar ciertas expresiones del proceso literario, como sucede, por ejemplo, cuando nuestras historias literarias quedan excentas de eventos y manifestaciones tan notables como las revistas.

Asumir la revista literaria dentro de la visión comprensiva de la literatura como sistema obliga a una perentoria reubicación de su papel y función en el entendimiento de la dinámica de ese complejo. Porque, como manifestación de la vida socio-cultural, una gran mayoría de ellas materializa un campo, lugar ideal para la observación de los enfrentamientos y del depligue de estrategias de diversos grupos produtores de cultura, creando espacios discursivos mediadores, imprescindibles para el discernimiento de los mecanismos de consolidación de la hegemonia cultural, o de las propuestas alternativas que disputan esa hegemonia y luchan por la incorporación y legitimación de otros contenidos. Asumir la revista dentro de esa visión comprensiva significa aproximarnos un poco más de esa empresa colosal que es el entendimiento de las estratificaciones que dan consistencia y densidad particular a nuestras literaturas y penetrar la génesis de los procesos de resemantización que han caracterizado nuestra relación con la normativa canónica occidental.

Es justamente en este punto y en este momento que las reclamaciones y desafíos de la más lúcida tradición crítica latinoamericana se encuentran con el mejor pensamiento posmoderno. Pregunto yo, por qué no atenderlos?

 

BIBLIOGRAFÍA

CORNEJO P. A. Para una Teoría Literaria Hispanoamericana: a veinte años de un debate decisivo. Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Lima-Hanover, n. 50, p. 9-12, 1999.

BOURDIEU, P. El campo literario. Requisitos críticos y principios de método. Criterios, La Habana, n. 25-28, p. 20-42, 1989-1990.

EICHENBAUM, B. La vida socio-literaria. Problemas de literatura, Valparaiso, Chile, n.1, p 27-34, 1972.

RAMA, A. Los gauchipolíticos rioplatenses. Buenos Aires: Calicanto, 1976.